Morgan
La cinta de ciencia ficción de Luke Scott es una promesa incumplida de fondo y forma, que se traiciona a sí misma.
No se puede negar que la premisa de esta cinta, ambientada en el futuro, es interesante: una mujer especializada en resolver problemas corporativos se encarga de descubrir que salió mal con cierta investigación secreta, lo que le lleva a estar frente a frente con el ser humano perfecto, creado gracias a la manipulación genética. Este sueño, acariciado por diversas mentes brillantes a través de la historia y que suele convertirse en pesadilla, ha sido tratado de mil maneras en la ficción –empezando por el clásico Frankenstein, hasta llegar a la reciente EX Machina-, y resulta una premisa ideal para que, de inmediato, Morgan se apunte en la más pura tradición de la ciencia ficción (la buena ciencia ficción): aquella que más allá de los efectos especiales se sustenta en un discurso de tintes filosóficos y existenciales.
La película se vuelve sumamente atractiva dado que no sólo cuenta en el reparto con actores de capacidad probada como Paul Giamatti y Anya Taylor Joy –ese muy agradable descubrimiento que hiciera la excelente La bruja-, sino que, además, en los controles está el debutante Luke Scott, hijo del legendario Ridley Scot. El joven director, por si fuera poco, aquí se apunta como productor, para apadrinarlo con todas las de la ley, luego de haberlo tenido como responsable de la segunda unidad en Misión rescate y Éxodo, dioses y reyes. Es una lástima que esto ultimo no haga sino acentuar lo fallido de la propuesta, que si algo deja en claro, es que el “heredero” del responsable de joyas como Alien y Blade Runner aún está lejos de poder hacer honor a su apellido, y que los actores involucrados fueron en cierta medida, desperdiciados.
Pero aun así, en Morgan hay diversas cosas a destacar. Entre ellas está una cuidadosa manufactura: se agradece que el director se tome su tiempo para hilvanar los cuestionamientos que habrán de convertirse en el motor principal del relato durante su primera mitad, y que van de los cuestionamientos éticos y morales que conlleva jugar a ser Dios, a la confrontación entre la ambición científica y la voracidad del mundo de los negocios, amén de las implicaciones de que ante un contexto que transpira machismo, el ser perfecto tome la forma de una mujer. Otra más es que el ritmo resulta envolvente y efectivo, las líneas argumentales hacen apuntes que mantienen enganchado al público, y el delineado de los personajes es casi milímetrico. Pero bueno, como les decía, el encanto se pierde luego de un giro inesperado que fractura el concepto. A partir de ahí las motivaciones de los personajes tienden a la obviedad, la acción se convencionaliza, además de que todos esos apuntes temáticos que parecían tan interesantes, no pasan de ser eso: “apuntes”. Como consecuencia, el discurso pierde fondo: con dificultades se mantiene a flote ante la literalidad de las imágenes. Así pues, si hay una forma de definir esta película, sería como una promesa incumplida de cine con fondo y forma, que decide traicionarse a sí misma e, irremediablemente, deja la sensación de que pudo haber sido mucho pero mucho más.