Max Steel
Con Max Steel estamos pues ante una producción artificiosa y de descarada intrascendencia, que ni siquiera podría ser catalogada como curiosidad.
Existen una enorme cantidad de antecedentes en lo que se refiere a franquicias de juguetes que han tenido versiones fílmicas, en busca de aprovechar el mercado infantil que les mantiene vigentes y de paso ampliar el universo creado al rededor de ellas. Se pueden mencionar desde la dos fallidas pero taquilleras entregas de G.I. Joe, pasando por aquella adaptación serie b de He-Man y los amos del universo –protagonizada por Dolph Lundgren–, hasta llegar a Transformers, que quizá sea la que mejores resultados ha entregado. Esto, incluyendo las superproducciones perpetradas por Michael Bay y la estupenda película animada de 1986, que se dio el lujo de contar con las voces de Leonard Nimoy y el mismísimo Orson Wells. Pero, sin duda, muy pocas de ellas lo intentaron partiendo de un concepto como Max Steel, una serie de figuras de acción pertenecientes a Mattel, que fueron creadas como parte del boom que tuvieron los deportes extremos en los 90. Aunque el concepto retoma elementos todavía muy populares en la ficción (como la nanotecnología), la realidad es que al verlo sin la nostalgia propia de quienes le disfrutaron siendo niños, este se vuelve tremendamente genérico. Así pues, el llevarle a la pantalla grande representaba un reto complicado y hasta interesante, mismo del que el bien intencionado Stewart Hendler, quien no lo había hecho tan mal con la serie de Halo 4: Forward Unto Dawn, no logra salir avante.
Esta cinta sigue los pasos de Max McGrath, un adolescente poseedor de una poderosa energía, que se une a un alienígena perteneciente a la raza de los ultralink –con un nombre muy terrestre, Steel–, para que este le ayude a contenerla y usarla. Como consecuencia, el jovencito se convirtie en una especie de superagente que combate a los terribles villanos empeñados en amenazar a la humanidad. Max Steel no sólo fracasa como película –lo que no sorprende a nadie–, sino como espectáculo. Y es que no basta con contar con los recursos para hacerse de una buena cantidad de efectos especiales y un par de nombres que le den cierta seriedad al asunto, dígase Andy García y María Bello, cuya participación sólo se explica si pensamos que de algún modo tienen que pagar las cuentas. No, para que la maquinaria funcione, por más vacía y prefabricada que sea, hay que darle al menos una mínima estructura que sostenga los fuegos artificiales y algo de sentido del ritmo. Dos elementos básicos para que logre enganchar al espectador que, no nos engañemos, aquí no espera ni una gran historia y ni un discurso profundo o un desarrollo emotivo. El espectador esperaría sólo un vehículo de acción que entretenga… y eso Max Steel está muy lejos de ser.
En cuanto al reparto encabezado por los ya mencionados García y Bello, ni siquiera vale la pena el comentario, tomando en cuenta lo acartonado de los diálogos, los personajes con un escasa definición, además de una gran falta de desarrollo y carisma. De lo descuidado de la realización hay poco qué decir, pues queda claro que no había mucho que pudieran hacer para que la película resultará un poco más llevadera.
Max Steel no dejará satisfechos a los fans y mucho menos al público en general.