La tortuga roja
La primera animación de Ghibli dirigida por un extranjero es una mezcla maravilla de sensibilidades japonesas y occidentales.
La tortuga roja destaca principlamente por ser la primera película del legendario Studio Ghibli que es dirigida por un extranjero: es la ópera prima del danés Micheal Dudok de Wit (cierto día, una carta del estudio fundado por Hayao Miyazaki e Isao Takahata llegó a su puerta. Así, casual). El producto, por lo tanto, es una mezcla maravilla: una fusión no sólo de técnicas, sino de sensibilidades culturales y artísticas. La cinta se trata de una fábula de silencio y aceptación, que hace homenaje al legado de animación del estudio japonés, pero que, al mismo tiempo, le inyecta frescura y hasta misterio.
La historia es simple y, a la vez, abierta a la interpretación: un náufrago llega a una isla y, después de varios intentos por escapar de ella, se topa con cierta criatura roja misteriosa que cambia de golpe su disposición hacia su situación. En realidad, y a diferencia de otras de las obras más populares de Ghibli –que se decantan por un mundo fantástico o épico desde el inicio (Mi vecino Totoro, El castillo vagabundo, El viaje de Chihiro) o por el drama más realista (Se levanta el viento, La tumba de las luciérnagas) – La tortuga roja vive en un plano que apunta más a lo onírico: no sabemos si lo que estamos viendo está pasando en realidad o si sólo se encuentra en la imaginación de nuestro protagonista, pero vaya que resuena en la dimensión afectiva. Es, sobre todo, una animación meditativa y silenciosa: no tiene diálogos (excepto los ocasionales gritos o gemidos), pues pone su fuerza narrativa en la acción de su protagonista y su relación con la naturaleza (aquí no hay pelotas llamadas Wilson). Este es uno de sus máximos aciertos, pues nos da una sensación de regreso a lo primitivo: en lo que a nosotros respecta, este hombre anónimo no tiene idioma, ni nacionalidad, ni tiempo. Su única forma de expresión –y que funciona como una suerte de esperanto– es su contacto con lo natural, con lo básico (supervivencia, expresión de afecto, cotidianidad), y ahí no se necesitan grandes conversaciones en voz alta.
La animación es una combinación de ilustración a mano y digital, que hace guiños a lo hecho anteriormente por Ghibli –su énfasis en el detalle del mundo natural, el lazo entre un humano y una criatura, animalitos por aquí y por allá que añaden un poco de comicidad, etc.–, pero difiere en la forma de aproximarse a sus personajes. La apariencia de la tortuga no es tierna (como Totoro, por ejemplo), sino misteriosa y en momentos amenazante, y los rasgos de los seres humanos en la isla son herederos de las técnicas occidentales (no mucho detalle en el rostro: ojos como pequeños puntos y nariz como una sola línea). El náufrago casi siempre es visto a distancia, como en un sueño: aquí, lo que importa es colocarlo como parte de esa fuente de vida llamada naturaleza.
Al final, lo que hace La tortuga roja es tomar algunos de los mejores y más familiares elementos de la tradición Ghibli y sazonarlos con una mirada compasiva, generosa y hasta misteriosa. Su cualidad onírica y contemplativa quizá la haga seguir el mismo camino de bajo perfil que el de The Tale of Princess Kaguya, pero vale la pena conocerla y descubrir qué mensaje guarda para ti. Este es el nuestro: no importa qué planes tengas para ti y para tu vida, la naturaleza y el amor te obligarán a dejarte llevar por otro lado.