Hasta el último hombre
Hacksaw Ridge es el espectacular regreso de Mel Gibson a la dirección, con una historia ubicada en la Segunda Guerra Mundial y con un héroe real.
Después de diez años en los que los escándalos de violencia, el alcoholismo y el antisemitismo lo mantuvieron en el ostracismo, sin haber dirigido una sola película y con apenas seis como actor, Mel Gibson vuelve a la dirección con Hasta el último hombre, una cinta que seguramente terminará con su largo proceso de redención que ha incluido diversas disculpas públicas. Por lo pronto, ya le significó nominaciones al Globo de Oro en las ternas de Mejor película y Mejor director; le hizo acreedor del premio como director de los Hollywood Film Awards y también que arrasara en los premios de la academia australiana de cine.
El filme tiene todo el sello del actor y director australiano, quien muestra además su capacidad como un cineasta lleno de recursos no sólo para referenciar los dramas de guerra clásicos en sus texturas y puesta en escena –la primera parte de su cinta parece hecha en los años 50–, sino también para abordar los elementos psicoanalíticos propios de aquella época, lo que incluye un breve juicio marcial a la manera de The Court-Martial of Billy Mitchell (1953), de Otto Preminger.
El filme se basa en la historia real de Desmond Doss (Andrew Garfield destrampado ya con una nominación al Globo de Oro), un tipo pacifista considerado un objetor de la conciencia, es decir, alguien que se niega a acatar órdenes o leyes por razones éticas o religiosas, que tiene la firme convicción de servir a su país en la Segunda Guerra Mundial, por lo que se enlista al ejército para servir como médico, pero también la de no portar y mucho menos usar un arma. Una contradicción que le acarrea conflictos y enemistades.
El realizador dedica la primera parte del filme a pintar la vida de Desmond desde su niñez hasta que enamora a Teresa (Dorothy Schutte), con dos escenas clave para entender por qué este hombre tiene la férrea convicción de no ejercer ningún tipo de violencia: la primera es la agresión que el Desmond niño (Darcy Bryce) ejerce contra su hermano mayor al lanzarle una pedrada en la cabeza; la otra tiene que ver con su padre alcohólico (Hugo Weaving como figura freudiana), a quien Desmond detiene cuando golpeaba y amenazaba con un arma a su mamá (Rachel Griffiths): lo desarma y por poco le dispara.
Luego sigue una segunda parte, dedicada al entrenamiento militar de Desmond, donde este enfrenta una dura oposición tanto de sus superiores, el capitán Glover (Sam Worthington) y el sargento Howell (Vince Vaughn), como de sus compañeros. Por momentos, esta parte recuerda a Cara de guerra de Kubrick. Tildado de cobarde, todo mundo quiere obligarlo a renunciar, una acción que él considera indigna. Entonces, ante su reticencia, es sometido incluso a un juicio marcial que lo llevaría a varios años de prisión acusado de desobediencia a las órdenes de un oficial. Nadie puede concebir que no quiera tomar un arma y dispararla.
Gibson dedica la tercera parte del filme, en la que mantiene la tensión al límite, a la guerra. Aquí explota su bien conocido estilo para las batallas en el que ciertamente fija una postura: la realidad es cruenta, hostil y brutal y así es como hay que mirarla. El batallón de Desmond parte a Okinawa, donde el ejército estadounidense es incapaz de tomar el risco que le da el título original a la película, Hacksaw Ridge. Sometidos por un enemigo que parece invisible, los soldados caen por todas partes. Hay explosiones, llamas, fuego cruzado, batallas cuerpo a cuerpo y mutilados por doquier. Gibson trabajó mayoritariamente todo con su equipo de stunts, ralentizando escenas de acción. Y sigue la proeza verdadera de Desmond de ayudar a sus compañeros heridos pero dejados en el campo de batalla tras la retirada de su batallón. Y Desmond trabaja solo, sin ningún compañero y ni siquiera un arma para hacer frente a los japoneses que van rematando heridos.
El director se apoya en un imponente trabajo visual de Simon Duggan (El gran Gatsby), director de fotografía, y Barry Robison, director de producción, mancuerna que le puso el tono preciso a cada uno de los niveles del filme: ocres en las dos primeras partes y una paleta más oscura, terregosa, para la parte del combate. Hasta el último hombre es una imponente película de guerra que se acerca mucho a los clásicos del género.