En la mira del francotirador
Son aisladas las escenas de alto impacto que recapturan la atención en este thriller basado en la interacción entre dos personajes.
Aaron Taylor-Johnson lo mismo puede interpretar a superhéroes –con o sin superpoderes- como Kick-Ass o Quicksilver o hacer proyectos más densos dramáticamente hablando. Tal es el caso del sorprendente y psicótico Ray Marcus de Animales nocturnos o el soldado Isaac en la arriesgada En la mira del francotirador, del director Doug Liman, famoso por realizar Identidad desconocida, Señor y Señora Smith o más recientemente Al filo del mañana.
Originalmente, en sus planes no estaba contratar a Taylor-Johnson como protagonista, pero un marcado interés del actor en el proyecto lo llevaron a aceptarlo y, para interpretar a este miembro del ejército adecuadamente, el actor asistió a una escuela de francotiradores y convivió con soldados reales con el objetivo de aprender sus modismos, lenguaje corporal y explorar su psique, pues el reto al que se enfrentaría era mayúsculo. Durante alrededor del 90% de la película él es el único ser en pantalla. No tiene compañero con quién interactuar y su mayor apoyo histriónico es la pared del título original. Él mismo ha dicho que con este objeto inanimado creó una ambivalente relación de amor-odio. La amaba como el escudo en que se convirtió para salvaguardar su vida, pero la odiaba por no ser suficiente para combatir las inclemencias desérticas que lo golpeaban.
Isaac es un francotirador que lleva más de 20 horas en una misma misión con su compañero Matthews (John Cena), ya que tienen la encomienda de vigilar un sitio con un riachuelo de cadáveres para descubrir al asesino. Cansado de la espera y convencido de que el lugar es una tumba solitaria, este último deja su posición para investigar; por su arrebato recibe el escarmiento del antagonista, un francotirador letal que equivale a la versión iraquí del Chris Kyle que interpretó Bradley Cooper en la patriotera El francotirador. Al tratar de rescatarlo, Isaac termina arrinconado tras una pared después de que el cuerpo de Matthews yace baleado y sin protección.
Podría parecer difícil, pero el guion de Dwain Worrell establece una relación entre las fuerzas antagónicas, pues el rival interviene el radio de Isaac. Mientras que la primera parte de su estrategia requiere sigilo y paciencia para atrapar a sus presas, la segunda es un inteligente juego mental que muestra algunos rasgos de psicopatía. Así comienza un juego entre “el gato y el ratón” al que le cuesta trabajo sostenerse pese a todos los llamativos elementos que lo componen (tener a dos rivales ideológicos que se disputan su sobrevivencia, contar con prácticamente un único personaje a cuadro en un mismo escenario, haber filmado en condiciones precarias con sólo $3 millones de dólares de presupuesto y basarse en un guion prácticamente compuesto por la conversación entre Isaac y su victimario).
Son aisladas las escenas de alto impacto que recapturan la atención, pues el bien establecido suspenso del principio pronto se disipa y sólo se recupera en aisladas escenas, insuficientes para hacer de éste un filme adrenalínico. Tampoco es introspectivo, sino que deambula en medio de estos dos polos y, al igual que el protagonista, oscila a la deriva en tierra de nadie.
Por el tipo de personaje que se nos presenta es difícil conectar con él, no porque la actuación de Taylor-Johnson sea inmeritoria, al contrario, sino porque al director no le interesa desarrollarlo como individuo, su vida interna permanece velada y en lo que se concentra Liman es en crear una atmósfera realista: no hay música y los bellísimos planos cerrados y la cámara que parece respirar hacen de ésta una experiencia claustrofóbica.
No importa quién sea Isaac, ni quién es la voz que lo manipula desde un lugar desconocido, lo importante es tratar de hacernos sentir igual que este ser humano atrapado entre el rifle y la pared. Lamentablemente lo logra a medias.