Ella es un monstruo (Colossal)
Colossal es un disfrutable dolor de cabeza. Una apuesta novedosa y excéntrica sobre el deber ser y un monstruo que invade Corea.
La resaca es la peor de las enemigas. Gloria (Anne Hathaway) lo sabe: después de una noche de juerga su vida se reducirá al desempleo, el desamor y en general, a una profunda crisis personal. Todo pinta mal pero, con su humor cínico y desenfadado, decide regresar a casa de sus padres para ordenar su vida. Hasta aquí, todo normal: Gloria quiere salir de la mala racha, lo que cualquier persona desearía… pero, ¿qué pasaría si a todo esto le añadimos una invasión de monstruos en Seúl, Corea?
Sí, la lógica en la sinopsis de Ella es un monstruo, de Nacho Vigalondo, está ausente. El espectador debe estar preparado porque un aura de rareza cubre toda la película, sin embargo, ésta es su mejor y principal carta de presentación: la cinta es el híbrido entre una chick flick y el cine de kaiju japonés con naciones en jaque y mucha destrucción.
Cuando Gloria regresa a su lugar de origen, un pequeño pueblo en Estados Unidos en donde las personas parecen atrapadas en su cotidianidad, se reencuentra con viejos amigos de la infancia, consigue un trabajo de mesera y trata, sin éxito, de alejarse de la bebida. Este argumento es el que hemos visto en todas las producciones noventeras e incluso, de algunas series de TV actuales como Girls o Fleabag en donde la protagonista quiere encontrarse a sí misma. La ausencia necesaria para poder sanar.
Y entonces Vigalondo corta de tajo el tinte de superación personal e inyecta una dosis ambiciosa de singularidad: la interpretación de Hathaway se sale de su zona de confort y trae la mejor representación de la desfachatez y el desapego, de la extravagancia con su peinado y sus movimientos corporales, hasta la anormalidad cuando descubre que ella, la típica mujer de edad mediana con el fracaso pisándole los talones, tiene una relación estrecha y directa con el monstruo de Seúl.
Gracias a la añadidura del elemento fantástico es más sencillo comprender la historia de vida de Gloria y acompañarla en un proceso de aprendizaje que, aunque parezca cursi, se sale de las convenciones y no suprime, como suele pasar en las películas de este tipo, el encanto y la originalidad del personaje central. Conectas con Gloria por su desastre, por su irresponsabilidad, por sus lagunas mentales, por bailar estúpidamente mientras la humanidad está a punto del colapso.
Estos dos mundos contrarios, el de la chick flick y el monstruo temible, se intersectan en una metáfora, dolorosa y divertida a la vez, sobre la adicción y el peso del deber ser. Como le pasa a Gloria, cuando algo se sale de las manos, no sólo esa fuerza destruye a la persona, sino a lo que está a su alrededor, algo similar como el monstruo que, sin planearlo, acabará pisando casas y destruyendo vidas. Lo colosal es incontrolable. No importa si tienes piel o escamas.
Aunque puede ser evidente hacia dónde quiere ir Vigalondo con una protagonista enganchada a la bebida, el director español nunca es moralino o condenatorio y deja que la extrañeza fluya a niveles aceptables pero que, invariablemente, se van hilando con un estira y afloja debido a la indefinición de géneros y los retos que conllevan cada uno: ¿Cómo crear un fin que resuelva una guerra mundial y las vicisitudes existenciales de una chica? Lo caricaturesco termina por volverse inverosímil pero que al cabo de un tiempo es difícil definir si esta característica es accidental o intencionada.
Al final, el trabajo de Vigalondo destaca de sus contemporáneos. La ola de cineastas españoles como Amenábar y Bayona que, con producciones igual de ambiciosas, se han quedado en el camino del lugar común. Por el contrario, esta película es un ejercicio controversial, extravagante y cuestionable –en el buen sentido– que otra vez comprueba que la originalidad sí tiene cabida en Hollywood. Ella es un monstruo es un disfrutable dolor de cabeza, la prueba fehaciente que las resacas, al menos en el mundo de Vigalondo, pueden conducir hacia algún lugar.