El planeta de los simios: La guerra – Crítica
El espectáculo está en el rostro del simio.
Desde sus créditos, las fanfarrias de 20th Century Fox nos preparan para adentrarnos a un futuro apocalíptico: uno en donde simios y humanos se enfrentan descarnadamente tras los eventos ocurridos en El planeta de los simios: Confrontación. César, por su parte, sólo quiere permanecer en paz, pero desde las primeras secuencias es claro que está preparado para la guerra y que su organización es mucho mejor que la de cualquier ejército.
Matt Reeves regresa a la dirección y nos entrega una primera secuencia sutilmente fotografiada: a diferencia de lo que sucede en muchas cintas bélicas, el director evita el uso de una cámara estilo documental, con las clásicas manchas en el lente o con rápidos movimientos y barridas. En cambio, nos presenta tomas estáticas, largos travelings aéreos, con soldados y simios peleando en la selva, imágenes que juegan con la violencia y la belleza de la guerra por igual.
Algo que Reeves había demostrado ya es su maestría a la hora de exponer los sentimientos de los simios, elevando el performance capture y demostrando sus capacidades. Sin embargo, el director ahora da un paso más allá: los presenta en close ups, desde donde podemos apreciar no sólo la intensa mirada de actores como Judy Greer (Cornelia), Steve Zahn (Bad Ape) o Andy Serkis (César), sino el nivel de detalle que tienen los simios. En las ya nueve películas de la franquicia, nunca habíamos tenido este tipo de acercamientos.
Una constante en esta nueva trilogía y a riesgo de convertir los elogios en un déjà vu, es la actuación de Andy Serkis. La historia le permite jugar con la psicología de
César y resulta impresionante lo que logra solamente a través de los ojos y los tonos de su voz. El acento de la película se encuentra, más que en la guerra (las secuencias bélicas son más bien pocas), en el conflicto interno de este líder –equiparado en varios momentos a Moisés–, cuya evolución emocional y mental no dudas en ningún momento. Ha crecido ante nuestros ojos y la producción domina la tecnología para enseñárnoslo. Seguramente volverá a ser parte de la conversación a la hora de proponer actores para la temporada de premios (aunque el mocap no sea todavía bien recibido por la Academia).
Un elemento que resulta distractor, sin embargo, es la música compuesta por el ganador del Oscar Michael Giacchino. Hacia el final resultan evidentes las escenas musicalizadas de tono manipulador, que buscan crear la conexión entre público y personajes, algo que la cinta en realidad no necesita: Reeves ya nos tiene involucrados emocionalmente desde el inicio. En su tercer acto, el score parece jugar con un tono más cómico, cuando lo que vemos en realidad pudo haber estado cargado de mucha más tensión y suspenso.
El clímax y desenlace, aún así, es digno de esta trilogía. Demuestra que se pueden seguir explorando los mismos temas de una primera entrega, y sorprendernos con cada secuela.