Los bañistas
En el cine mexicano hay vida más allá de las comedias románticas.
Al poco de conocerse, Martín (Juan Carlos Colombo), el veterano vecino de Flavia (Sofía Espinosa), le reprocha a la muchacha que es por culpa de gente como ella, que sólo piensa en sí misma, que están así las cosas. Es un discurso propio de señor rígido, conservador, pero no por eso es menos cierto. En realidad, esta bronca del abuelo tiene mucho que ver con lo que está pasando en el mundo, y con lo que Los bañistas narra con acierto. No nos termina de importar que le pase al de al lado… Ni siquiera a nuestros vecinos.
Empecemos por decir que en el cine mexicano hay vida más allá de las comedias románticas que tanto éxito tienen últimamente. Y no me refiero tampoco al cine sobre marginados, migrantes y narcotráfico que puebla los festivales y circuitos alternativos. Entiendo que tanto uno como el otro cine son imprescindibles. El primero hace industria, el segundo, cuenta verdades sangrantes de nuestro país. Pero películas como Los bañistas, de Max Zunino y Sofía Espinosa, nos ofrecen una tercera vía, necesaria y también importante, porque ¿dónde estaban en nuestro cine las realidades cotidianas, vecinales, los pequeños gestos solidarios del día a día?
Porque cuando la economía mundial se colapsa, cuando la gente deja de tener oportunidades y sólo le queda protestar sentada en la calle, cuando has de dedicar tu vida a luchar en lugar de a vivir, ¿qué nos queda? No todos somos soldados, o huelguistas. Martín y Flavia no lo son. Él, es un veterano dependiente que pierde su trabajo. A estas alturas de su vida, no le queda ni familia, ni sueños que cumplir. Apenas tiene un pájaro metido en una jaula. Flavia tampoco trabaja, apenas estudia debido a las huelgas y a su desencanto juvenil. Sólo sobrevive a base de atrevimiento y encanto personal. Son dos personajes incapaces de salir de sus jaulas, de sus pequeñas vidas. De hecho, viven aislados, en una isla, rodeados de manifestantes y huelguistas, en una ciudad de ficción que se parece demasiado a la real. Habrá quien diga que son personajes pasivos, pero, así somos la mayoría de nosotros. Nos resignamos a que los poderosos nos peguen con un palo, protestamos un poco, tratamos de mantener la dignidad y, como hace el personaje Juan Carlos Colombo, planchamos nuestra camisa a diario para salir a lidiar con un mundo que nos supera.
A pesar de encontrarnos, tanto en México, como en la película, con un panorama descorazonador, la película de Max Zunino y Sofía Espinosa, no se limita a denunciar, también nos hace una propuesta. Ingenua, quizá, pero necesaria. Porque la solidaridad es posible. Porque podemos convivir y ayudarnos. Estos términos se los apropió la iglesia católica hace tiempo, pero son conceptos sociales, nos pertenece a todos y quizá debamos recuperarlos.
La manera en que Martín y Flavia (grandes interpretaciones de los dos protagonistas) buscan la manera de convivir con sus vecinos, de ayudar y ayudarse a sí mismos es compartiendo un bien básico… Su baño. Si hay gente que necesita rentar el baño del prójimo para poder mantener la dignidad, es que estamos mal del todo, pero, ¿a poco no es algo genuino que nos une y que todos necesitamos? Con eso se empieza.
Además de estas ideas, contadas con pulso y ligereza, tenemos una imposible relación entre sus protagonistas. Una chica muy joven y un señor maduro. Su romance es imposible, y va en la línea de lo que vimos hace años en Perdidos en Tokio. De hecho, la presentación del personaje de Espinosa recuerda al famoso primer plano en que vemos por primera vez a Scarlett Johansson en el filme de Sofia Coppola.
Los bañistas es cine social reconocible, amable y divertido. Ni discursea, ni cuenta tragedias lejanas, pero sí una realidad cotidiana que hemos de tener presente. Y es que, como le dice su tía a Flavia, “no juegues a ser grande”, en México parece que todos somos niños chicos. Sólo nos queda obedecer… o chillar.