El cazador y la Reina del Hielo
La secuela de Blancanieves y el cazador luce un arte esplendoroso, pero una trama innecesaria.
Desde que Blancanieves y el cazador se estrenó en 2012, esta franquicia –que se propuso a reinventar el cuento clásico de la doncella de la manzana– ha arrastrado el mismo problema: trata de justificar desesperadamente su existencia. Es decir, sufre del mismo mal que las explicaciones no pedidas o que las soluciones innecesarias, que tratan de reinventar aquello que no necesita reinvención. La primera entrega, protagonizada por Kristen Stewart y dirigida por Rupert Sanders, convirtió voluntariosamente a Blancanieves en una guerrera a la Juana de Arco (porque, al parecer, la princesa clásica que conocemos no proyectaba seguramente el girl power suficiente), y redimió al casi inntrascendente cazador del cuento: lo volvió el héroe de acción e interés amoroso (porque… pues porque sí). La cinta le ganó a Espejito, espejito (la de Julia Roberts y Lily Collins) en el duelo de «películas live-action sobre Blancanieves que salieron al mismo tiempo», pero ambas perdieron la batalla más importante: ninguna se sintió muy necesaria que digamos. Eso sí, Blancanieves y el cazador fue visualmente espectacular y, una vez que uno se resignaba a estar viendo algo no solicitado, encontraba algunas secuencias entretenidas envueltas en un diseño de producción de ensueño.
Cuatro años –y un escándalo amoroso– después, llega el spin off, pero ahora sin Blancanieves ni Sanders. Esta vez, los guionistas se enfrentaron al reto de continuar la franquicia sin su heroína, y su solución –de nuevo, una solución a algo que no debía ser un problema en primer lugar (¿de verdad debía continuar la franquicia?)– fue concentrarse en el cazador de Chris Hemsworth, la otra estrella de la primera película y cuya popularidad, convenientemente, ha crecido bastante desde 2012 gracias a su aparición como Thor en el universo de Marvel. El resultado es una quimera cronológica y narrativa: es un spin off, pero también es una precuela, pero también es una secuela. Bajo la dirección del novel Cedric Nicolas-Trojan, El cazador y la Reina del Hielo cuenta los inicios de este héroe en un reino helado, en el cual los niños son secuestrados y entrenados para convertirse en soldados o «cazadores». Dicho reino es gobernado por Freya, la Reina del Hielo del título (interpretada por Emily Blunt), quien es otra villana con corazón amargado debido a un trauma del pasado (al parecer ese será el molde de las «malvadas» de cuentos clásicos en live-action), la cual no puede evitar recordarnos a Elsa de Frozen, no sólo por el hielo, sino porque sucede que también tiene una hermana: Ravenna (Charlize Theron), la bruja derrotada por Blancanieves en la primera entrega.
Sin embargo, la esencia de la historia recae en otro nuevo personaje femenino: Sarah, otra de las niñas que crecen para convertirse en cazadoras, que es interpretada en su etapa adulta por Jessica Chastain. La presencia de esta mujer, de cabello, caracter y habilidades muy similares a Mérida en Valiente, nos explica qué es lo que hizo que nuestro Cazador tuviera el corazón roto en la película pasada y, también, qué es lo que lo motivará a continuar una aventura siete años después de que Blancanieves destronara a Ravenna.
El cazador y la Reina del Hielo comparte con su antecesora los mismos pecados y virtudes, sólo que tiene la desventaja de ser la segunda, la extensión de lo que funcionó pero también, y especialmente, de lo que no. Después de todo, se trata de la secuela que nadie pidió de una franquicia que nadie pidió. Como espectadores seguimos al Cazador en su intento por frustrar los planes de Freya y Ravenna, en una aventura que incluye otra vez a enanos y enanas (encargados de ser el raquítico cómic relief), una moraleja centrada en el amor que no logra librar del todo lo cursi y el lugar común («el amor lo conquista todo»), una trama de giros nuevamente voluntariosos y un narrador que parece decirnos todo el tiempo: «miren cómo es que sí hay una historia qué contar». Tampoco ayuda el hecho de que el mundo creado recuerde constantemente a otros universos mejor construidos (Narnia, Once Upon a Time, Frozen, Valiente).
A pesar de esto, la película cuenta con algunas cartas a su favor que la postulan como una candidata palomera de fin de semana. Una de ellas es el atractivo de un elenco que saca adelante sus secuencias, Emily Blunt y Charlize Theron sostienen y dan coherencia a sus escenas, mientras que Jessica Chastain le da temple a su personaje con aire de amazona (aunque se queda corta en la química con Hemsworth). De cierta forma, esta es una cinta que funciona mejor para «palomear» en familia: es mucho más luminosa y alegre que su antecesora, una ventaja que explota adecuadamente a nivel visual.
Mientras Blancanieves y el cazador nos dio probaditas entre batallas de ese universo de maravillas, hadas y animales estrafalarios del bosque, esta secuela lo convierte en su escenario principal y luce como principal fortaleza un diseño de producción, de arte y de vestuario esplendoroso. Esta es una película para apagar un poco la mente, abrir los ojos y dejarse llevar por los caprichos del guion.
Sólo cuando uno hace las pases con el hecho de estar viendo una franquicia de Blancanieves innecesaria (y que además ya ni siquiera cuenta con la presencia de Blancanieves), es posible disfrutar de la espectacularidad de este mundo, que tiene a la estética de protagonista y a la trama de accesorio.