13 horas: Los soldados secretos de Bengasi
Lejos de un análisis reflexivo, es una interminable balacera que únicamente cumple con la tarea de congratular una postura política.
En 2012, un ataque terrorista a una base diplomática de EU en Bengasi, Libia, cobró la vida de varios miembros del gobierno y el ejército norteamericanos. En un combate que duró las 13 horas que titulan la película, un reducido grupo de soldados procuró el menor daño posible tras una emboscada, poniendo en tela de juicio las verdaderas capacidades de las agencias de inteligencia estadunidense y convirtiendo un operativo de la CIA en una pesadilla sangrienta.
Liderados por dos ex Navy SEALs y viejos amigos (John Krasinsky y James Badge Dale), los soldados norteamericanos acuden como último recurso tras la inesperada invasión por parte de militantes islámicos al puesto diplomático, dando pie a una batalla tan atroz que indigna el goce con el que Michael Bay decide contar la historia.
Apurado por hacer un recuento de los hechos, Bay decide ignorar casi por completo cualquier detalle que pueda humanizar a sus personajes y, aunque ofrece momentos en los que éstos dejan ver los vínculos emocionales que los motivan (conversaciones vía Skype o telefónicas, así como flashbacks a sus idílicas familias), el director parece más interesado en puntualizar con su agresivo estilo visual ese fanatismo por la violencia y el discurso en pro de las tropas que siempre lo ha caracterizado (hay incluso una escena idéntica a la del misil detonando en Pearl Harbor, que evidencia su reiterativa fascinación), mismo que nutre con expresiones descaradamente racistas y un despliegue de escenas que glorifican la figura de los soldados por encima de sus enemigos, a quienes muestra como desdibujados villanos, víctimas de una sociedad podrida que sólo la intervención americana puede corregir.
Así, Bay nos hace partícipes de un relato estridente e hiper violento de la cruenta batalla, en el que no duda tomar partido y justificar con el heroísmo de sus protagonistas las terribles decisiones que los llevan a defender de forma casi irracional a un personaje político del que poco sabemos y con el que nunca nos logramos identificar. Durante dos horas y media, el director reproduce un operativo que controversialmente pudo haberse evitado pero que, una vez echado a andar, se presenta como terreno fértil para la glorificación ya mencionada.
Habrá quien argumente que el objetivo de Bay no es politizar sino entretener pero, aún con esto en mente, resulta imposible justificar la extensión de la película e ignorar la irresponsabilidad con la que defiende la absurda necedad de su gobierno por postergar el urgente retiro de tropas en los países de medio oriente. Lejos de un análisis reflexivo de cómo estos actos en el extranjero son más dañinos que benéficos (para ambos bandos por igual), 13 horas: Los soldados secretos de Bengasi rápidamente pierde al espectador en una interminable balacera que únicamente cumple con la tarea de congratular una postura política que nada bueno ha dado como resultado en un mundo que lo que menos necesita son conflictos similares.