Zoolander 2
Con demasiados chistes reciclados y poco nuevo qué aportar, esta es una reunión de amigos... que no vale la pena la salida.
A la larga lista de secuelas que nadie esperaba se agrega la nueva aventura del modelo que salvó a un Primer Ministro con su ridículamente hermosa pose Mágnum. Pero esta vez, en lugar de tener la frescura de un orange mocha frappuccino, sabe a café soluble de ayer.
Estrenada pocos días después del 9/11, Zoolander no fue un gran hit en su momento. Desarrolló un público de culto con el paso del tiempo y fue una película muy inteligente sobre gente muy tonta; una sátira sobre el mundo de la moda y los absurdos de la celebridad y la fama, no una celebración de esa cultura. Pero en los 15 años transcurridos desde la primera parte, la realidad superó a la ficción y la sátira se convirtió en realidad. El comportamiento vacío y egocéntrico de Derek Zoolander pasó de caricatura a la «normalidad» del mundo del espectáculo y, hasta cierto punto, de las redes sociales. Quizá por eso, esa agudeza crítica de la original está tan diluida en la tardía secuela, que es apenas perceptible. Claro, ahí está el comentario sobre lo absurdo de la onda hipster, de la creciente obsesión con la imagen propia que resulta del selfie nuestro de cada día, pero le falta el colmillo de su predecesora.
En esta entrega, Derek (Ben Stiller, quien vuelve a fungir como director) y Hansel (Owen Wilson) vuelven a las pasarelas luego de años de retiro, pero el mundo de la moda, dominado por la excéntrica Alexanya Atoz (Kristen Wiig) y su diseñador Don Atari (Kyle Mooney), ha cambiado. Juntos deberán resolver el misterio de una serie de asesinatos de celebridades y encontrar al hijo de Zoolander.
Los 102 minutos de duración le quedan largos a esta historia. Los cameos, al igual que en la primera (que contó incluso con el mismísimo David Bowie en una escena), abundan; la controversial aparición de Benedict Cumberbatch como All es tal vez la más desaprovechada. Los villanos de Ferrell y Wiig se roban todas las (muy pocas) escenas en las que aparecen, pero a Stiller y Wilson les toca la mayor parte del reciclaje y, por ende, Zoolander y Hansel ya no son so hot right now. Es claro que Stiller y su coguionista Justin Theroux consultaron en YouTube e IMDb las escenas favoritas de los fans, ya que la gran mayoría de ellas son «reimaginadas». Lo que debería ser una comedia con guiños autorreferenciales termina por sentirse como un pesado déjà vu: esto ya lo vimos antes, y funcionaba mejor la vez anterior. De alguna manera, es como reunirte con un viejo amigo al que tenías muchas ganas de volver a ver, sólo para darte cuenta que tiene muy poco interesante o nuevo que contar. Intentas disfrutar la reunión, te obligas a reír, pero pocas ganas te quedan de concertar una nueva cita. ¿Zoolander 3? No, gracias, mejor así nos quedamos.