Vacaciones
La continuación de la saga iniciada por Chevy Chase en los 80 cumple y se las arregla para actualizar la anterior.
Esta propuesta veraniega se sostiene sola. Sexo, violencia, obscenidades, hipocresía, doble moral y franco excremento (no se sabe si de humano, de utilería o de qué), sacan del espectador carcajadas de (¡otra vez!) la misma típica acostumbrada «americana» diversión, en este familiar viaje 100% estadounidense, cuyo título indica con reiteración la temporada actual de la cartelera, mientras que su premisa es: ¿Qué podría salir mal en estas Vacaciones? Para evaluarla, sin embargo, habrá que dejar de lado las memorias de aquella primera entrega protagonizada por Chevy Chase en 1983. Para bien o para mal.
Con toda la lógica de un videojuego –es decir, estructurada por niveles– comienzan las aventuras no planeadas por Rusty Griswold, el personaje de Ed Helms (una versión ya adulta de alguno de los cuatro actores que han hecho el rol en pasadas entregas), heredero del perpetuo tradicional macho omega, un entusiasta y optimista verdadero perdedor padre de familia. Luego de descubrir que su esposa e hijos odian en secreto la cabaña en la que pasan todos los veranos, decide hacerlos felices y distorsionar el destino para planear un dudoso nuevo viaje vacacional.
La cinta cuenta con un elenco estratégicamente confeccionado para representar a la perfecta familia digna de constantes ridiculizaciones: un amoroso perdedor papá torpe, una mamá guapa decepcionada de la vida, un hijo en edad de madurar (por no decir en pleno despertar sexual), y otro que todavía está en edad diablo. Esencia de esta nueva entrega de la misma comedia familiar.
Evidentemente, en esta película se cumple la premisa del eslogan que la campaña de mercadotecnia utiliza para atraer espectadores de generaciones que ya superaron la comedia al estilo South Park o The Hangover. Y está perfecto. Eso sí, como siempre, los créditos iniciales y finales son los momentos de mejor cine en estas películas.
Dirigida por los escritores de otras nuevas comedias esperpénticas de nuestros tiempos (ambas partes de Quiero matar a mi jefe y Lluvia de hamburguesas), esta nueva aventura familiar veraniega encuentra el modo de actualizar a las anteriores. Tanto para lo trágico como para lo cómico. Es un toma y daca de repetir y cambiar, desempolvar, retocar y volver a colgar sobre el tabú en boga (el bullying, las drogas, las ITS o el beso negro).
Conforme la película avanza, para conseguir mantener la atención, la historia debe hacerse más y más estrafalaria, totalmente irreal, estar más abierta a la doble moral de los golpes y las penetraciones, hacer uso indebido de celebridades invitadas y todo lo que la aleja de otras comedias familiares en clave de road movie (Pequeña Miss Sunshine) de distinta dignidad.