Lucy

Todos
conocemos el siguiente mito: “El ser humano sólo utiliza el 10% de su cerebro”.
Pero, ¿qué pasaría si aumentáramos este porcentaje? Según Luc Besson, nos
transformaríamos en un ser ultra sensorial capaz de manipular a otros seres
humanos, objetos, tiempo y el espacio.

O por lo menos ésta es la tesis de su última cinta, Lucy, una
obra de acción y sci-fi, en la cual las leyes científicas se tornan
irrelevantes para darle pie al entretenimiento puro, básico y absurdo….tan
absurdo que se torna memorable.

Besson,
especialista en heroínas femeninas (Nikita, El Quinto Elemento),
dota de una nueva exposición histriónica a Scarlett Johansson –mucho más
empática que su Black Widow, pero menos humana que Samantha de Ella–,
quien se transforma de una tímida estudiante norteamericana a una invulnerable femme
fatale, después de que una nueva droga se apodera de su cuerpo y cerebro
–una trama mucho más realista que la picadura de una araña radioactiva.

Aun así, Lucy,
no es una película de superhéroes con luchas socio-apocalípticas, sino acerca
de una mujer extraordinaria, en circunstancias ídem. No hay motivos más allá de
la supervivencia para desencadenar la trama de la película. Y esta honestidad
de Besson, aunada a persecuciones en auto, tiroteos que desafían la gravedad y
la voz de Morgan Freeman, como maestro/guía intelectual, posicionan a este
trabajo como una cinta cuyo único objetivo es el ocio cinematográfico.

Eso sí, el último tercio
de la película es una mezcla entre El árbol de la vida, Matrix
–la parte aburrida, claro– y un panfleto informativo de alguna religión new
age.

Josué Flores Corro