Buenos vecinos
A pesar de que Neighbors de Nicholas Stoller con Seth Roguen y Zac Efron, tiene momentos divertidos, lidia con un tema visto uno y otra vez.
Los recién padres de familia, Mac (Seth Rogen) y Kelly (Rose Byrne), se mudan a los suburbios con su bebé, y como muchos de su generación, están lidiando con una resistencia palpable sobre la adultez. Así que cuando una fraternidad se muda a la casa de a lado, parece que han encontrado la excusa perfecta para mantener vivo ese pasado fiestero. Entonces, ¿qué puede salir mal?
Lo mejor de Buenos vecinos (Neighbors) es que sabes exactamente lo que vas a ver al momento de pagar por el boleto. Esta comedia de Seth Rogen es predeciblemente asquerosa con todas esas bromas gráficas y chistes sobre drogas y penes que uno podría esperar. Y, en realidad, hay momentos muy divertidos, ¿quién no quisiera enfrentarse en una batalla de espadas con un dildo moldeado del tipo favorito de la fraternidad?
La única diferencia en esta ocasión, es que su cómplice de fechorías es una mujer, y que hay un bebé muy bonito para causar inesperadamente el efecto “Aaaah”. Y hablando de bonitos, pero más crecidos, está Zac Efron como Teddy, el líder todo-el-tiempo-sin-camisa bromista de la fraternidad, a quien Mac describe: “Es algo creado por un tipo gay en un laboratorio”. El siguiente al mando es Pete (Dave Franco), un sidekick más astuto.
Desafortunadamente lo mejor de la película también es lo peor. Las reacciones y los detalles quizá han cambiado y las bromas han sido actualizadas, pero Colegios de animales (1978) fue lanzada hace mucho años y desde ese entonces esta temática ha sido revisitada una y otra vez. Sí, como dijimos hay momentos muy divertidos, pero básicamente ya los hemos visto antes. Y muchas veces.
Por supuesto, como en la mayoría de las películas Rogen –y con el respetado legado de Judd Apatow, por debajo de todos esos chistes sucios y bromance, los temas preponderantes son acerca de dar el paso de niño a hombre, ese temor persistente a crecer, el de aceptar las responsabilidades de la paternidad y, en última instancia, el temor a la mortalidad. Y ésa es la parte buena.