La gran belleza
Ganadora al Oscar a Mejor película extranjera, la cinta de Paolo Sorrentino es un performance completo.
“Quería ser el rey de lo mundano. Y lo logré…”,
nos dice el carismático Jep Gambardella (interpretado por un perfecto Toni
Servillo), un escritor desilusionado que ha abandonado las letras y cuya vida
solitaria– pero extravagante– nos adentra en una élite de la Roma contemporánea,
poblada de pretensión y vacío.
En La
gran belleza (La grande bellezza), el director italiano Paolo Sorrentino (Il Divo) ofrece una deslumbrante mirada
a una de las ciudades más bellas del mundo, cuya alta sociedad es habitada por pseudo-intelectuales
sin verdadera inspiración. Con una cámara que danza en envolventes travelings, presenta una mezcla de carnaval y clasicismo, que,
junto con lo esnob de sus personajes, le dan a la película momentos de
verdadero performance, complejo y
visualmente exuberante (con secuencias de fiestas que dejarían a Baz Luhrmann
mordiendo el polvo).
Tras escribir una única novela hace 40 años,
Jep se ha convertido en una figura de socialité,
condenado a escuchar pláticas pretenciosas. “Yo creo que el único jazz que ahora
vale la pena es el etíope”, “suelo tomarme fotos y mis amigos en Facebook siempre
me dicen que soy muy buena…”, son sólo algunas de las cosas de las que se
jactan sus conocidos, que lo mismo escriben sobre Proust, hablan de política y
arte, juzgan a los jóvenes y se declaran grandes pensadores.
Y en medio de esto, aburrido, nuestro
misántropo escritor sigue esperando a esa “gran belleza”, que no ha encontrado
desde su romance de adolescente – ni con la vista del mismo Coliseo desde
su balcón– y que lo impulsaría a escribir de nuevo. ¿Cuál es esa gran belleza?
El guión se lo guarda hasta el final. Logra este despertar tras un festín barroco
de imágenes bellamente compuestas, que son la principal preocupación del
director. Las vistas, a su vez, son realzadas por una música que hechiza por su
amplio rango, que incluye desde merengues
que animan la vida nocturna, hasta los violines de Lele Marchitelli.
A quienes conocen la obra del director italiano
Federico Fellini, La gran belleza seguramente
les recordará a La Dolce Vita, que
también aborda– en tres horas– la sociedad romana en decadencia (y de donde
viene el término paparazzi). Dicha influencia es clara, pues los protagonistas
de ambas son escritores que se buscan a sí mismos, sumergidos en el pedante
ambiente de la clase alta.
Es cierto que la película de Sorrentino es
estilística y suele bombardear los sentidos, pero aun así, es un deleite visual
y emocional, que combina drama y sátira (nunca ligera). En ella destaca
principalmente la actuación de Servillo, como un escritor de lengua aguda, pero
perdido en la nada.