Yo, Frankenstein
Protagonizada por Aaron Eckhart, I, Frankenstein tiene un guión confuso, errático y caótico que no logra que la historia termine de plantearse.
Si Clary Fray de Cazadores de sombras había dejado en claro que es difícil enfrentarse a demonios y aún más insertarlos en una historia creíble por mucho que se trate de ciencia ficción, ahora Adam –un Aaron Eckhart con voz de Batman y cuyo nombre es una clara alegoría al texto bíblico– viene a ratificarlo. Porque Yo, Frankenstein (I, Frankenstein) da la impresión de ser una especie de revisión de Cazadores de sombras Ciudad de Hueso, pero menos teen.
El “moderno Prometeo” que Mary Shelly plasmó en la literatura en 1818 aún “está vivo” en una fallida pero muy gótica versión dirigida por Stuart Beattie (Tomorrow, When the War Began), que además le da cierto aire al impaciente Van Helsing de Hugh Jackman. Sólo que en lugar de cazar monstruosas criaturas con perversos fines, se enfrenta a demonios y gárgolas-ángeles. Está en medio de un combate legendario entre las opuestas fuerzas del bien y el mal.
Este solitario y rencoroso ser, en busca de identidad y pertenencia creado por Victor Frankenstein, se convierte en la obsesión del príncipe del mal, Naberius (Bill Nighy), quien pasa más de 200 años acechándolo. Del otro lado de la fuerza está Leonore (Miranda Otto), quien segura de que Adam tiene una razón para vivir le condona la existencia.
Mucho tiempo pasa para entender de qué van los personajes y qué es lo que quieren, cuáles son sus intenciones ocultas y, en pocas palabras, el motivo de la historia misma. El guión, escrito por Beattie y Kevin Grevioux, que a su vez se basa en la novela gráfica de este último, es confuso, errático y caótico. Personajes que nunca habíamos visto aparecen de la nada y puede que estemos ante uno de los villanos más decepcionantes del cine, un error más de dirección que del señor Nighy.
Ni siquiera el continuo esfuerzo del director por inyectar adrenalina a la historia con música dramática, movimientos de cámara incesantes o hasta emplazamientos por todos los ángulos imaginables consiguen hacer emocionante una historia que nunca termina de plantearse.
Por si fueran pocas las desgracias para Yo, Frankenstein, también cojea en el renglón de los efectos especiales y la iluminación. Aunque le apuesta a la penumbra –como debe ocurrir en este tipo de historias–, con el uso del 3D la película se vuelve tan oscura que es difícil distinguir los movimientos de los personajes.
Dejando todo eso a un lado, se agradece la ambientación gótica y ciertos guiños estéticos al expresionismo alemán y al cine noir. Así que, este huérfano monstruo está vivo pero a medias.