El edificio
La película de terror mexicana, El edificio de Ulises Puga, es incapaz de lograr el suspenso o el terror que requiere una cinta de su género.
Desesperada por escapar de su marido, un tipo celoso y controlador que hasta trabajar le ha prohibido, una joven alquila departamento en un viejo edificio cuyos habitantes habrían abandonado en masa años atrás, luego de que el terremoto que azotara la Ciudad de México en 1985 lo dejara seriamente dañado. El encierro –y el aislamiento, que el edificio parecería en efecto estar abandonado– pronto harán presa de Miranda, acosada por presencias invisibles… y ese teléfono que nomás no para de sonar.
Hasta aquí la premisa de El edificio, ópera prima de Ulises Puga que, si bien refiere de inmediato tantas otras historias de fantasmas y casas embrujadas, aquí parecería agotarse en la anécdota misma, incapaz de lograr el suspenso o el terror que requiere la cinta. Un thriller en principio, el guión empieza a desdibujarse en cuanto Miranda comienza a dudar de lo que oye y ve, lo que resulta en una trama sin pies ni cabeza que no sólo no da miedo, sino que ni siquiera hace mucho sentido.
Y sin embargo, quizás el mayor problema de El edificio se encuentra en la manera en que resulta incapaz de construir un mundo para la historia, una realidad que se extienda más allá del encuadre: más que abandonado, el edificio del título –que mucha atención ha recibido de la prensa a raíz de la película– se siente acotado por el presupuesto… y habitado ya no por almas en pena, sino por actores en una película.
Si a esto se le agrega una factura que no podría calificarse más que de amateur –Puga se encarga también del guión y la fotografía–, de poco sirven los esfuerzos del reparto –Alejandra Ambrosi, que cuenta con una larga trayectoria en televisión y en cintas como Depositarios, hace lo que puede con el papel de Miranda– y la música de Pablo Arellano para lograr darle algo de espíritu a este edifico desolado.