Fecha de caducidad

Al construir un drama, uno de los retos más difíciles (y que pocos saben abordar con sensatez) es representar a una sociedad fielmente. Fecha de caducidad explora un rincón de la nuestra a partir de arquetipos bien estructurados que, en situaciones extremas, nos ponen un espejo enfrente.

Esta ópera prima de la directora Kenya Márquez cuenta la historia de Ramona, una madre que ha consentido a su hijo hasta hacer de él un cuarentón dependiente y malagradecido del que no puede desprenderse. Pero la violenta realidad mexicana se lo quita sin previo aviso y la lanza, por primera vez en décadas, hacia una soledad que se deja seducir por la idea de encontrarlo.

Criados por mujeres como Ramona, nos involucramos directamente en su proceso de duelo –a pesar de que no aprobamos sus acciones o creencias, pero a la vez no nos atreveríamos a reprochárselas– y nos aventuramos con ella a conocer y juzgar personajes que, llenos de miedo, enfrentan su propia historia con los medios que encuentran.

Márquez usa su trama para recalcar la herida que no cierra en nuestra sociedad: reacciones en cadena involucran a Ramona con su vecina, la secretaria del forense y un prestador de todo tipo de servicios que, sin saberlo, son causa y consecuencia de su duelo. Y viceversa.

Por otra parte, la narrativa de la directora lleva un ritmo lento que resulta en largas tomas que no dicen mucho. Además, Márquez recurre a movimientos de cámara que agregan toques de profesionalismo a la cinta, pero que no están del todo fundamentados.

Lo aplaudible es, sin duda, la fidelidad del guión con su sociedad. Obviemos que Fecha de caducidad se presenta como una “comedia negra audazmente divertida” (ni comedia, ni divertida) y enfoquémonos que en ella, las circunstancias no son explicadas ni tienen razón de serlo; los porqués de la muerte del hijo de Ramona no importan, pues en casos reales, pocos los conocen. ¿Por qué habríamos de conocerlos, entonces, en la ficción?

Jaime Azrad