Post Tenebras Lux
Un ejercicio críptico e interesante del director mexicano Carlos Reygadas.
La cuarta película del mexicano Carlos Reygadas, acreedor al premio de Mejor director del pasado festival de Cannes, retrata la vida de una familia de clase media-alta donde la forzada convivencia entre padres e hijos, trabajadores y vecinos, produce una de las temáticas acostumbradas del realizador: el choque de las clases sociales entre la forzada amistad, la soledad y el abuso físico y mental.
Su hogar, enclavado a las afueras de la ciudad, es una especie de purgatorio en el que los personajes se encaminan hacia la destrucción, pero del cual pareciera que nadie puede dar un paso afuera, ni física ni mentalmente, aun a sabiendas de lo que se les avecina. Así es como conocemos distintas etapas de la vida de Juan (Adolfo Jiménez), quien en el presente es un padre iracundo –fuerte la escena en la que simula golpear al perro, y que sin embargo define al personaje–, denigrante con Natalia, su cónyuge (Natalia Acevedo), pero tierno con sus hijos (Eleazar y Ruth, los propios hijos de Reygadas) y amistoso con sus empleados, principalmente el nombrado cabalísticamente “El Siete” (Willebaldo Torres).
Fiel a su estilo, hay diálogos, situaciones y actores improvisados que son interesantes como retrato social (extranjeros en México, mexicanos en el extranjero, personas humildes desahogándose en sesiones de Alcohólicos Anónimos, fiestas de pueblo y fiestas colmadas de la pedantería de los ricos). El ritmo permanece lento (el inicio es un largo anochecer, en oposición al amanecer de Luz silenciosa, quizá también en contraparte al final luminoso de aquella y el obscuro de ésta). Con escaso apoyo musical, es justo en esa cadencia donde las imágenes penetran y crean ambientaciones únicas, tal como la comentada secuencia del diablo resplandeciente entrando en casa o aquella de la pareja en los baños de vapor. Se nota la preferencia del director por darle el máximo poder a lo visual, incluso agregando un inusual contorno de distorsión que acentúa el carácter casi onírico de las escenas. El sistema de narración, en el que el salto del tiempo pareciera carecer de coherencia, exige un fuerte compromiso en donde habrá que armar el rompecabezas forzando algunas de las piezas para, al menos, intentar completarlo.
Si se acepta la misión, la escena conclusiva del antagonista se quedará dando vueltas en la cabeza, disparando una reflexión sobre la maldad humana y la culpa. Esto provocará que tome tiempo en darle orden a la historia y, por ende, el justo valor a todo el ejercicio.