Un hombre diferente – Crítica de la película
Confrontativa, ácida y nada complaciente, Un hombre diferente es una arriesgada y refrescante exploración de la hipocresía.
En una escena clave de la película Un hombre diferente, Edward (Sebastian Stan) y su vecina, Ingrid (Renate Reinsve), están en un restaurante cenando y conversando casualmente de un tema serio: el suicidio. Como están acomodados frente a una enorme ventana, nosotros, los espectadores, los vemos en primer plano, pero la cámara, y nuestros ojos, son capaces de percibir algo más en el fondo, que son las personas que van caminando por la calle. Mientras los estelares continúan enfrascados en su charla, uno que otro transeúnte voltea, atónito y como no queriendo, a ver a Edward, quien podría estar percibiendo, o no, las miradas.
De pronto, para nuestra sorpresa, uno de estos peatones se pega a la ventana con estruendo y, sin dejar de mirarlo a él, esboza una enorme sonrisa y comienza a agitar la mano para saludarlo. Ingrid queda impactada, pero su acompañante, sin inmutarse, le dice: “Me sucede todo el tiempo”. Sin más, la escena corta para pasar a otra.
Al director y guionista, Aaron Schimberg, le bastan tres minutos infusionados de mumblecore –corriente del cine independiente caracterizada por centrarse en conversaciones íntimas, diálogos naturalistas y locaciones minimalistas– y comedia ácida para informarnos cuáles serán las temáticas centrales de su obra. Se hablará de inclusión a la diversidad, la repulsión hacia lo que no se apega a lo establecido, y la hipocresía de una sociedad que busca ser “políticamente correcta”, aunque sólo cuando es conveniente. Lo interesante aquí es que nunca se abandonará el tono absurdo e incómodo de la escena de la ventana.
Si las personas no dejan de mirar a Edward en todo momento, es por su condición. Nunca se menciona explícitamente en la cinta, pero vive con neurofibromatosis. Se trata de una afectación del sistema nervioso que provoca que los tejidos y las células de los nervios no se desarrollen bien. Esto lleva al crecimiento de tumores no cancerígenos en varias zonas del cuerpo. En su caso, los tumores, de gran tamaño y distintas formas, se concentran en su rostro, llevando, naturalmente, a la pérdida paulatina de visión y dificultad al hablar. Un día, al estelar le ofrecen la oportunidad de probar un tratamiento experimental para revertir el crecimiento de los bultos. Desde ese momento, su vida empieza a cambiar.
Lo de hoy es romper paradigmas con respecto a situaciones que en épocas anteriores permanecían ocultas o no eran abordadas en medios masivos. En este sentido, se entiende perfectamente la existencia de un proyecto como Un hombre diferente. Sin embargo, hay algo que distingue al filme de otras propuestas expresamente diseñadas para concientizar sobre el trato digno y amable a quienes no son como nosotros. En esta ocasión, se deja muy claro que el sujeto en el que se enfoca la narrativa no tiene nada especial en él. Sólo intenta ser él día a día y, aún sin guiar la atención hacia lo que tiene su piel, es rechazado.
De forma extremadamente inteligente, el guion de Schimberg nos engaña para que pensemos que su estudio de personaje tomará como sujeto principal a Edward. En realidad, quienes están bajo la lupa son quienes lo rodean, desde los doctores que le aplican su tratamiento hasta sus vecinos y también quienes le ofrecen pequeños trabajos como actor en videos corporativos. Todos ellos se enfrentan diariamente a un hecho que no pueden evitar, que no es otro sino que el estelar va a seguir existiendo. Ahora la “máquina de empatía” mueve sus engranes en otra dirección. Se cuestiona, de manera burlona y sin decoro de ningún tipo, si alguien merece desdén y repudio pese a aportar muchas cosas a la sociedad. Sólo quiero los frutos de tu trabajo, tu compañía o tu cariño, pero no me gusta cómo te ves. Desalentadora contradicción.
Lo cierto es que esta es una cinta construida a base de contradicciones, y es justamente eso lo que juega a su favor. La primera de estas discordancias está en las actuaciones. Mientras Sebastian Stan le imprime a Edward muchísima intensidad en su exploración de la ansiedad y la introversión, son sus compañeros de reparto quienes sobresalen, dándole al conjunto un bienvenido toque de comedia y frescura. Comenzando con Renate Reinsve, quien encarna a Ingrid como alguien de espíritu libre que no sabe a dónde ir.
Pero si alguien se merece las palmas, ese es, sin duda, Adam Pearson como Oswald. En la vida real, el actor y conductor de televisión británico sí vive con neurofibromatosis. Así, hablar de su aparición a la mitad de la cinta involucra spoilear un detalle importante. Vaya, resulta suficiente decir que, cada vez que aparece a cuadro, con su gran carisma, soltura y desfachatez, caemos en cuenta de por qué Pearson fue elegido para interpretar este rol. Su irrupción en la vida del protagonista se siente como una bocanada de aire fresco porque se presenta como la antítesis al callado y tímido Edward.
Oswald disfruta de la vida sin pensar en lo que dirán los demás. Es coqueto, pícaro, sabe cantar, se desenvuelve de maravilla en el teatro, ha pasado por amores y desamores, estuvo casado y tiene una hija. No le debe nada a nadie. La gente lo sigue porque actúa como si no le importara la gente.
A quienes están detrás de la película Un hombre diferente, obviamente, tampoco les importa lo que piense la audiencia. Esto es notorio desde el primer fotograma. El largometraje fue hecho para confrontar, no para complacer. No cabe duda de que pueden surgir grandes cantidades de ridiculez y caos cuando nos encontramos ante algo que es desconocido.