Todos lo saben – Crítica
En su primera película en español, el dos veces ganador del Oscar, Asghar Farhadi, intenta una variante del género “pueblo chico, infierno grande” con influencias que van de Hitchcock a García Lorca.
En los viejos y bien conocidos terrenos del melodrama familiar –uno de los más antiguos del cine, al ser una herencia directa de la novela del siglo XIX–, la fórmula “pueblo chico, infierno grande” es una de eficacia probada en prácticamente cualquier idioma y cultura. Para cualquier cineasta con ganas de hacer sudar drama en sus personajes y de explorar psicologías disfuncionales o pasados complicados, la estrategia de situar su acción en algún poblado de provincia, lleno de arquetipos reconocibles (la abuela, el borrachín, el cura, los pandilleros…) en donde todos conocen a todos de tiempo atrás, suele dar resultados. En España, ya le funcionaba a Lope de Vega y le sigue funcionando a Almodóvar, así que ¿por qué no?
El iraní Asghar Farhadi, quizá el nombre más reconocible del cine de Medio Oriente desde la muerte de Abbas Kiarostami, tomó un rumbo imprevisto para su octavo largometraje, Todos lo saben, estrenado como gala inaugural del pasado Festival de Cannes. Puesto en contacto con el matrimonio Cruz-Bardem, después de que ambos expresaran su urgencia por filmar bajo sus órdenes, el cineasta se aventuró a trasladar un guion en el que apenas empezaba a trabajar, sacando la acción de Irán para trasladarla a un poblado de Castilla-La Mancha, en el centro de España. Que Farhadi no hablara más que unas cuantas palabras de español no le pareció relevante: el guion sería traducido por alguien más, y se comunicaría con su elenco a través de idiomas intermedios, como inglés o francés.
Todos lo saben (que nada tiene que ver con la canción homónima de Leonard Cohen, por si alguien se lo pregunta) es un relato conciso y novelesco de rencores familiares, pasiones fermentadas por el tiempo y tensiones clasistas. Sus protagonistas son Laura (Penélope Cruz) y Paco (Javier Bardem), quienes fueron amantes de juventud y se reencuentran ya en la madurez cuando ella, quien ahora vive en Buenos Aires casada con un hombre de oficina (Ricardo Darín), regresa al pueblo materno para la boda de su hermana.
Siguiendo el modelo de otros dramas de familia que inician con una fiesta épica –El padrino, El francotirador o, quizá con más precisión, las reuniones familiares en Lorca, en Bodas de sangre o La casa de Bernanda Alba–, la celebración es el prólogo para un golpe dramático: la desaparición repentina de la hija adolescente de Laura, seguida por una serie de mensajes de texto anónimos, una atmósfera que saca a relucir una serie de odios viejos y culpas que parecían perdonadas entre la familia de Laura, de antiguos terratenientes, y la de Paco, un antiguo protegido del patrón quien, aparentemente, aprovechó la decadencia de sus empleadores para comprarles tierras a bajo precio.
Antes de emprender este curioso proyecto trasnacional, Farhadi había culminado con una de las rachas más fulgurantes del cine reciente: Una separación (2011), El pasado (2013) y El cliente (2016) agruparon un Oso de oro en Berlín, dos Oscar por Película en lengua no inglesa, tres premios en Cannes y tres nominaciones al Globo de Oro que incluyeron una victoria. Sin embargo es en una película anterior y más discreta, la extraordinaria About Elly (2009, aún sin distribución mexicana), la que se relaciona mejor con Todos lo saben, al ser también la historia de una desaparición femenina que se traduce en una serie de tensiones, conflictos y revelaciones que terminan por ser más importantes que averiguar el paradero de la ausente.
El motivo de la desaparición como punto de partida de un melodrama, About Elly y Todos lo saben caminan la ruta trazada por La aventura, ese clásico de Michelangelo Antonioni del que también descienden películas como París, Texas (1984), Sin amor (2017), Julieta (2016) o Burning (2018), en las que la ausencia repentina de un personaje disloca la psicología de todos los que siguen en pantalla, sacando a flote la naturaleza subterránea de sus relaciones. Si algo dice eso sobre la psique de nuestra época, es tema de otro espacio; queda aquí la sugerencia de pensarlo.
En cuanto a Todos lo saben, después de haberla visto por segunda ocasión, caí en cuenta con desgano de que los varios giros de tuerca y golpes de efecto que mantienen al argumento funcionando la primera vez no logran maquillar ciertos baches de lógica que, además de diluir la buena atmósfera de thriller, parecen dirigidas y ejecutadas por alguien que no fuera Farhadi, ese artesano meticuloso que en películas anteriores construye dramas sin fisura, de cocción lenta, que pueden volver a verse una y otra vez sin que sus abismos pierdan profundidad; de hecho, se vuelven más oscuros cuando uno regresa a ellos.
No es el caso de Todos lo saben, un drama de suspenso efectivo que tiene un puñado de secuencias vigorosas, resueltas con maestría por los actores, pero que la mayor parte del tiempo parece jugar a Hitchock o a Haneke sólo con imitar los artificios más superficiales de esos maestros del plot twist. Después de varias películas de gran cine en su currículum, Farhadi tenía ganado todo el derecho para hacer una película de alcance medio, disfrutable en un nivel más básico, escrita con cierta diversión y fabricada para el lucimiento de tres actores de liga mayor; el iraní se tomó tal derecho, y si Todos lo saben queda muy por debajo de su mejor nivel, sigue siendo una oferta que es mejor no rechazar.