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Cine

Sinvivir – Crítica

15-11-2018, 2:31:05 PM Por:
Sinvivir – Crítica

Película mexicana que funciona como un tratado sobre la depresión a la vez que un homenaje a la amistad

Cine PREMIERE: 3.5
Usuarios: 4
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Una lectura rápida a Sinvivir diría que trata básicamente sobre la depresión. Por diversas circunstancias tres hombres se reúnen bajo un mismo techo. Moi (Horacio García Rojas), el recién llegado, ha sobrevivido a un intento de suicidio; otro, de nombre Hugo (Antonio López Torres) acaba de separarse de su mujer, mientras que un tercero llamado Jairo (Pedro Hernández), por demás el legítimo dueño de la casa en la que viven, alterna su tiempo entre leerse el I Ching, fabricar muebles y ejercitar el sarcasmo. Eso cuando no sufre ataques de tos que lo dejan en cama.

Son, pues, un manojo de jodidos, individuos que asumen su posición de perdedores sin cuestionamientos, como si a los 40 años que rondan ya no valiese la pena moverle las riendas a la voluntad. El circuito de inanidad existencial que se establece entre ellos es tal, que en algún momento del metraje el espectador ya no sabe cuál es el que lleva peor eso de vivir, quién de los tres carga con el “muerto en el clóset” más voluminoso.

Para colmo, la cámara de Anaïs Pareto ronda todo el tiempo por la casa de Jairo, con lo que la sensación de claustrofobia es constante y por demás manda un mensaje claro al espectador: peor aún que padecer angustia es acomodarse a ella, sufrirla no por una verdadera descompensación de la química cerebral, la adopción de una actitud nihilista o simple masoquismo, sino prácticamente por mera desidia.

El único de ellos que sale, y eso por las obligaciones del trabajo, es Hugo, quien de cualquier forma vuelve sin falta por las noches, como si por alguna extraña –y enfermiza– razón echara de menos las malsanas vibraciones que emanan de ese hogar y que no se disipan ni con la orden de tacos para compartir con la que siempre llega –nota al respecto: gran nombre el elegido para la taquería en donde los compra–.

Es cierto que llegado a este punto se puede pensar que Sinvivir será una película ideal para amargarse la tarde o, por el contrario, para alegrársela –para algunos la contemplación de la pena ajena funciona a manera de terapia– pero no es así, o no lo es por entero. Es decir, la cinta de Pareto funciona también como un homenaje a la amistad. Una amistad melancólica, bizarra o disfuncional, si se quiere, pero a fin de cuentas una amistad. De hecho es en la conjunción de estos dos tonos seminales donde se halla el mejor acierto de la película. Gracias a la armonía lograda uno deja en algún momento de hacerse preguntas –¿de qué dinero viven?; ¿por qué la hermana de Jairo habita en la casa de enfrente?; ¿qué razones movieron a Moi al suicidio? y un largo etcétera– para tan sólo dejar que la historia fluya y nos muestre si acaso habrá alguna forma en la que estas tres almas, a ratos tan desesperadamente tristes, cuando no patéticas, conseguirán complementarse.

Queda claro que un relato tan intimista, y filmado casi por completo en una sola locación difícilmente será del gusto de las grandes audiencias, y no ayudan algunas fallas que pueden percibirse en el audio. Tampoco será del gusto de todos la música que Axel Catalán compuso para la cinta.

En todo caso, estos y otros desaciertos quedan amortiguados gracias al desarrollo actoral. En este sentido el trabajo ejercido por el trío de histriones es irreprochable –de hecho Hernández terminaría llevándose el premio por Mejor actor de largometraje en el Festival de Cine de Morelia del año pasado– y el papel de Mercedes Hernández, como Miriam, la optimista hermana de Jairo, funciona como un acertado contrapunto.

Mucho se ha hablado sobre la manera en la que, con Sinvivir, Pareto ha conseguido reflejar un tipo de fragilidad masculina que no se observa usualmente en el cine mexicano. Es verdad, pero ignoro si ése era su deseo. Asimismo, dudo que su posición como directora mujer y encima extranjera –nació y estudió en Barcelona, aunque por razones que desconozco habla un mexicano purísimo– haya tenido demasiado peso en esa supuesta intencionalidad. Una conclusión así me parecería facilista, incluso poco justa. Tal vez sencillamente un día se puso a observar la forma en la que, por lo común, nos comportamos los hombres mexicanos cuando estamos entre amigos verdaderos, aquellos frente a quienes nos mostramos –sin temores– como lo que realmente somos.

autor Carlos Jesús (aka Chuy) es escritor y periodista freelance. Desde 2006 radica en Berlín, desde donde colabora para distintos medios. Sus pasiones son su familia, la cerveza, escribir relatos y el cine de los setenta.
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