Sergio y Sergei – Crítica

Sergio y Sergei se preocupa tanto por exponer la realidad social cubana de los 90 que se olvida de la introspección de sus personajes.
El cine de Ernesto Daranas es intrínseca y fundamentalmente social. A través de la realidad de familias, de la educación cubana, la prostitución, la pobreza o el ausentismo paterno pinta lienzos sobre la realidad de La Habana, en un país donde la libertad está reducida a una mínima expresión. Su sexto largometraje, Sergio y Sergei, retoma sus inquietudes y las traslada a un periodo histórico complicado dentro de la dictadura de Fidel Castro: los años 90.
Es 1991, el Muro de Berlín había caído un par de años atrás y la Unión Soviética se desmoronaba cual polvorón. Cuba había perdido a sus aliados socialistas y la crisis social burbujeaba con mayor intensidad. En este contexto, Sergio (Tomás Cao), un académico universitario y padre soltero, trata de sacar adelante a su madre e hija en una sociedad donde el trabajo es escaso y más para un filósofo comunista como él. Las traducciones del ruso al español ya no llegan, sus libros no se publican –no hay papel, le dicen– y tomar leche es un lujo.

El guion de Ernesto y Marta Daranas nos muestra a un protagonista inconforme con su situación pero con pocas posibilidades de escapatoria, al igual que la mayoría de la población.
A la par, Sergio es un radioaficionado que, armado con sus dedos y el conocimiento de la clave morse, se comunica con un estadounidense (Ron Perlman, algo desperdiciado), lo que le acarrea problemas en un país donde el monitoreo y la vigilancia es el pan diario. Pero un buen día también entra en contacto con Sergei (Héctor Noas), un astronauta ruso dentro de la nave espacial Mir, a quien le tocó presenciar la caída del bloque desde el espacio. “Sería bonito que alguien le dijera a mis hijos que hice todo lo posible para mantener a la Mir con vida y poder regresar a ellos”, explica cuando su regreso se complica por cuestiones presupuestales.
Sergio y Sergei yuxtapone imágenes de archivo sobre los caóticos antecedentes de la crisis política y social noventera con una recreación de la nave espacial, pero también con microdosis de fantasía. Los momentos cósmicos fueron filmados en un estudio en Barcelona donde se ejecutaron las escenas en gravedad cero, una posibilidad que en Cuba quedó descartada por la falta de recursos.

La aparición de Ron Perlman es intermitente y su personaje no tiene fuerza suficiente en la historia.
Sin embargo, Daranas se encuentra más preocupado por explorar la situación de la época, los exilios en lanchas y la carencia de recursos que por la introspección de sus personajes. No sólo permanece al margen, sino que las conversaciones que sostienen entre ellos podrían pecar de convencionales o ligeras –a excepción de una de corte político entre Cao y Perlman–. En algunas escenas se entiende por el monitoreo del que son objeto; la intrusión de oídos ajenos está garantizada. Sin embargo, aquellas que se entablan a puerta cerrada pudieron tener mayor contundencia, pero se dejó escapar la oportunidad a diferencia de lo que el realizador hizo en Conducta.
Hablada en español, inglés y ruso (Tomás Cao y Héctor Noas debieron aprender el idioma para interpretar su papel), es una historia ficticia basada en personas reales. Es cierto que existían radioaficionados en Cuba en aquellos años, y que llegaron a contactar a astronautas, pero los protagonistas que dan nombre a la aventura no existieron tal cual. Si bien Sergio y Sergei no es el trabajo más sólido de Daranas en el terreno agrumental, sí es deslumbrante en el renglón visual, y nos ofrece una mirada a la dictadura y opresión desde el espacio.
