Más sabe el diablo por viejo – Crítica
Ignacio López Tarso, Isela Vega y Lorena Velázquez figuran en una historia que parecía ser un homenaje al cine y al actor, pero se consume por sus aires e influencias televisivas.
En el papel, Más sabe el diablo por viejo sonaba como una oportunidad única para homenajear a las luminarias que con su trabajo y actuaciones forjaron el cine mexicano. Gracias a este título Ignacio López Tarso, Isela Vega, Lorena Velázquez, Tina Romero, entre otros nombres legendarios volvieron a trabajar juntos frente a las cámaras y en el séptimo arte. Todos ellos como exactores ahora relegados a pasar sus días en la Casa del Actor, donde viejas rivalidades, enfermedades, sueños inalcanzados y la ilusión de las glorias pasadas fulguran bajo el mismo techo.
Tantas experiencias, anécdotas, vivencias e historias resguardadas por las mismas cuatro paredes son completamente desperdiciadas en el guion de José Pepe Bojórquez –también director– y Alfredo Félix Díaz. Diálogos grotescos, un humor primitivo, decadente y convencional hacen de ésta una película elemental, obvia y emparentada con las fórmulas telenovelescas de la pequeña pantalla.
A través de clichés y resultados artificiosos, se cuenta la historia de Teo (Osvaldo Benavides), un actor quebrado que por error recibe la oportunidad de vivir en la Casa del Actor. Sin un peso en la bolsa decide usar maquillaje prostético para avejentar su imagen y unirse a las leyendas que creció admirando. Una vez en la mansión que sirve como hogar de retiro se enamora de la joven enfermera del lugar (Sandra Echeverría) y trata de interpretar el rol de su vida a la vez que impulsa a sus nuevos vecinos a realizar una serie web que le dé luz a sus días.
Más sabe el diablo por viejo es un caleidoscopio de incongruencias. Por un lado, tenemos un protagonista con aires de actor serio que no reconoce a varias figuras con las que tiene la fortuna de habitar porque desconoce su trabajo, una clara incultura que parecería inapropiada para su personaje. Por otro, la nula finura de muchos de los diálogos tampoco empata con la presencia de las celebridades que forman parte del elenco, quienes son los responsables de añadir carisma a la cinta. Y, en tercer lugar, el filme parece vender la idea de ser una cinta cálida, lo cual es reforzado por su estética luminosa y paleta de colores etérea; sin embargo, cae en excesos misóginos y moralinos que causan disonancia. En resumen, no parece tener muy claro qué agua quiere llevar a su molino.
De esta manera, villanos cuadrados y con motivaciones unidimensionales; personajes desdibujados, lineales, estereotipados; soluciones fáciles y cursis a los conflictos presentados; un abuso del happy end, y un par de protagonistas –Benavides y Echeverría– con poca química, contado tiempo en pantalla juntos –en la mayoría de sus interacciones Teo tiene puesto su disfraz– y escaso flujo actoral, hacen que Más sabe el diablo por viejo se sienta como un paso tambaleante cuando su potencial parecía mayor. Sin duda lo más gratificante es volver a ver a López Tarso, Vega, Velázquez y compañía hacer de las suyas, brillar con encanto propio y referenciar al cine de antaño. De sabiduría hay poco que encontrar.