Hasta pronto Christopher Robin – Crítica
Aunque cuenta con buenas actuaciones, no son suficientes para subsanar sus deficiencias melodramáticas.
Dentro del espectro cinematográfico es usual encontrar películas biográficas de mediana o baja envergadura pero que poseen elencos llamativos y actuaciones épicas, de esas que no pueden pasar inadvertidas ante la Academia estadounidense. Casos conocidos son muchos, pero entre los más recientes resaltan Meryl Streep en La dama de hierro y Natalie Portman en Jackie. Sus interpretaciones eclipsaron sus respectivos filmes. Por medio de Hasta pronto Christopher Robin Domhnall Gleeson, Margot Robbie y Kelly MacDonald –quien tiene un momento de quebranto sobrecogedor– se unen a las estrellas que pese a ser sobresalientes a cuadro están atrapadas en historias convencionales.
A Hollywood siempre le han gustado las películas “tras bambalinas”, aquellas que nos llevan detrás de hechos históricos o creaciones artísticas y literarias. Esta biopic se inserta en ese tipo de cintas como El país de Nunca Jamás –donde vía Johnny Depp descubrimos cómo se creó Peter Pan– o El sueño de Walt, endulzada travesía de Disney para conseguir los derechos que le permitieron realizar el filme sobre la nana preferida del mundo: Mary Poppins. En semejante tenor hallamos Hasta pronto Christopher Robin. Este proyecto de Simon Curtis (La dama de oro), es la versión caramelizada de un drama de abandono en el que los sinsabores son minimizados en pos de crear una experiencia artificial de feel good movie.
Su énfasis se encuentra en la relación entre A.A. Milne (Gleeson), su ensimismada esposa Daphne (Robbie) –pareja indispuesta a sucumbir a las ataduras de un recién nacido–, su pequeño Christopher Robin Milne (un increíble Will Tilston que debutó en cine con esta película) y su nana, la siempre cariñosa Olive (Macdonald). El factor de interés de la historia familiar es el momento cuando, después de la Gran Guerra, Milne escribe los libros infantiles de Winnie The Pooh, detonantes de un desmesurado éxito que se sobreviene sobre el pequeño Christopher Robin a un elevado costo familiar pagado a cambio de la popularidad mediática y literaria. Los infantiles relatos ilustrados fueron un bestseller inmediato.
No obstante, en realidad es una historia de abandono maquillada con un tono esperanzador que se distancia de los hechos reales, como el verdadero Christopher Robin narró en su autobiografía; su odio al personaje que lo encumbró fue tal que quedó en malos términos con sus padres y sólo encontró consuelo hasta su matrimonio con su prima.
Esta producción captura el fehaciente estrés postraumático de Milne tras su participación en la guerra, la superficialidad de Daphne, su desapego materno y el miedo de perder a su hijo presa de un escenario bélico hipotético. Simon Curtis se preocupa por hacer de Winnie The Pooh un símbolo de felicidad ante un lóbrego panorama, pero para lograrlo se toma varias libertades creativas, moneda corriente de las películas biográficas.
Convierte una tragedia familiar con desenlace medianamente feliz en un melodrama sentimental, en el que, a fuerza de manipulación –mediante música y diálogos– conmueve obligatoriamente a la audiencia mientras explota excesivamente la nostalgia de un clásico personaje infantil. Sí, Hasta pronto Christopher Robin cuenta con muy buenas actuaciones y caracterizaciones –el maquillaje para envejecer a los protagonistas es mesurado, creíble– pero no sólo de ellas se alimentan las buenas historias, también hacen falta arcos consistentes y progresiones dramáticas, que aquí son tan inexistentes como los suministros de miel del glotón oso de Disney.