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Emilia Pérez: Reflexiones desde México, el país ficcionado

04-02-2025, 12:39:09 PM Por:
Emilia Pérez: Reflexiones desde México, el país ficcionado

El fenómeno de la película Emilia Pérez tiene varias aristas: artísticas, sociales, culturales y económicas. Lalo Ortega analiza algunas de ellas y conversa con activistas trans y especializadas en la crisis de desaparecidos para abordar las preguntas detrás.

Los días previos al estreno comercial en México de Emilia Pérez, el 23 de enero de 2025, sólo pueden describirse como un frenesí mediático. Por un lado, una indignación masiva ya sembrada entre algunos latinos desde el Festival de Cannes 2024. El asunto germinó meses más tarde en el Festival de Morelia, con el desafortunado “no estudié tanto” que el director francés Jacques Audiard soltó como respuesta a la cuestión de informarse sobre la crisis de violencia y desapariciones en México, que enmarca su ficción y atraviesa a sus personajes. Por otro lado, está la promoción de la película en clave apologética, a veces hasta regañona. Por ejemplo, la de quien se sube al ladrillo de la “crítica profesional” y pregona con condescendencia al público “instrucciones” para ver la película.

Siempre me ha gustado más entender la labor de la crítica de cine como aquella que brinda al lector claves de conocimiento y comprensión de una película y su contexto, para que éste llegue a sus propias conclusiones. Es decir: la película, el público y sus lecturas van por delante y por encima del barullo, con la suficiente lucidez para dialogar y argumentar, pero también con la humildad para saber escuchar y entender que existen otras ópticas, criterios y, por consiguiente, lecturas. El chiste está en tomar prestado de otras y enriquecer la propia.

Comencemos, pues, con la película en sí (spoilers a partir de este punto). En Emilia Pérez, Audiard nos plantea el argumento sobre un despiadado narcotraficante de México, apodado “Manitas” (Karla Sofía Gascón), quien contrata a la frustrada abogada Rita Mora Castro (Zoe Saldaña) para ayudarle en una complicada misión: aparentar su muerte, darle nuevas vidas a su esposa (Selena Gomez) e hijos en el extranjero, lograr su transición de género en Tel Aviv, Israel, y comenzar una nueva vida como mujer.

Emilia pérez méxico
La película Emilia Pérez narra el cambio de vida de El Manitas, un narcotraficante en México que pasa por un proceso de transición de género.

Años después, ya como Emilia, entra en contacto de nuevo con Rita para volver a México y estar cerca de sus hijos, bajo la fachada de ser una tía lejana. Su repatriación conlleva un cambio de conciencia que la conduce hacia el activismo. Emilia utiliza sus recursos (dinero sucio de los crímenes de “Manitas”), para asistir en la búsqueda por los desaparecidos en México (que en la realidad son, en buena medida, víctimas de estos mismos crímenes). Pero cuando Emilia niega a su otrora esposa un nuevo comienzo con otro hombre, se desencadena una serie de eventos que terminan con todos muertos dentro de un auto en llamas, y con Emilia beatificada como una mártir cuasi-santa de Iztapalapa.

 Hay quienes ven en Emilia Pérez una historia de una redención absurda, de quien se quiere lavar las manos con el agua ensangrentada por sus propios actos. Otras lecturas proponen a una protagonista trágica, que sucumbe a los impulsos de un pasado del que intenta escapar con todas sus fuerzas, y fracasa.

Pero es difícil sostener tales lecturas desde una perspectiva puramente dramática. La construcción de los personajes es débil: Audiard arroja una escena de “Manitas” con sus hijos por aquí, un par de líneas sobre los incompetentes jefes de Rita por allá, y espera que simpaticemos con ambas lo suficiente para pasar por alto que la primera fue uno de los peores criminales del país, y que la segunda juega a ser abogada del diablo. Pero a “Manitas” nunca lo vimos en escena cometiendo un crimen, justificó Gascón en la conferencia de prensa de la película en México, el 15 de enero. Y bueno, a ver cuántos nazis hay en la historia del cine que nunca hemos visto jalar el gatillo, seguro que son buena gente.

 El conflicto y la tensión dramática también brillan por su ausencia en la película Emilia Pérez. Para la protagonista, basta con desear y pedir las cosas para tenerlas, sea su transición, volver a México, financiar un colectivo de búsqueda y hasta enamorarse. Todo sucede casi “porque sí”.

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Las secuencias musicales tienen, en varios casos, poco que contribuir a la complejidad de los personajes, su mundo o incluso al avance de la historia. “El mal”, secuencia emblema de la película, presenta una insulsa letra sobre la corrupción de funcionarios públicos, en medio de una recaudación de fondos convocada por la protagonista. La canción termina, corte y a lo que sigue.

 Salpicadas aquí y allá en el metraje, otras secuencias oscilan entre el trap latino y la balada melancólica, soltando juegos de palabras que se pierden en la (mala) traducción del inglés al español, estereotipos de personas que huelen a “montañas” y a “guacamole”, y cameos de Panchito Pistolas en un Señor Frog’s. Eso último no es cierto, pero poco le faltó para serlo. Y del brownface de “Manitas”, ya mejor ni hablamos.

 Tales decisiones, cargadas de estereotipos, han motivado parte del desdén hacia Emilia Pérez y Audiard: el hecho de que un cineasta francés, que no habla español (ni decir nada sobre discernir entre dialectos mexicanos), haya escrito y dirigido una película situada en México, usando de telón de fondo para su trama una problemática social actual y compleja del país.

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El director Jacques Audiard y el elenco de Emilia Pérez en el estreno en México de Emilia Perez, durante el Festival Internacional de Cine de Morelia.

Aquí, quizá, cabría un poco de mesura. Primero, porque rechazar la producción con el argumento de la nacionalidad sería una torpe concesión a un chovinismo que roza con la xenofobia (y digamos que podemos ser mejores que eso). Además, la historia del cine está llena de directores que provienen de un lugar y que filman en –y sobre– otros, como el soviético Serguéi Eisenstein (que lo hizo en México) o el alemán Wim Wenders (con películas en Estados Unidos y Japón). Ya se comparó por ahí a Audiard con Luis Buñuel, con una miopía pasmosa hacia las sutilezas de los contextos.

No se trata, pues, de limitar la expresión artística al color del pasaporte, pero sí hay que poner atención a qué, cómo y desde dónde se dice. “¡Pero es sólo una película!”, podría ser un tentador primer impulso para exculpar a la ficción de dialogar con la realidad que toma como materia prima. Tal lógica obvia que las películas no existen en un vacío. El cine va y viene entre las fronteras de la realidad y la fantasía como también fluctúa entre los terrenos del arte y el producto de consumo, con proyección masiva para plantear visiones del mundo al público de todos sus rincones. Eso último es lo que preocupa.

Cuando una película no es sólo una película

Durante la noche de estreno de la película Emilia Pérez, el 23 de enero de 2025, una función en un Cinemex de la capital mexicana contó con una sala ni tan llena como desearían sus promotores, ni tan vacía como les gustaría a sus detractores. ¿El ánimo? Una expectación en principio respetuosa, pero también medio morbosa.

 La proyección del metraje se desarrollaría como un microcosmos de la conversación previa a su alrededor. No faltaron las esperadas risas ante el limitadísimo español de Selena Gomez, con francas carcajadas ante el ridículo y ya inmortalizado parlamento sobre genitales femeninos. Un par de personas desistieron a mitad de la película; del resto, la mayoría parecía un tanto confundida por el final.

En esa función estaba presente Daniela Muñoz, mujer trans, activista, médico cirujano por La Salle, fundadora y directora de la clínica Trans Salud, una de las primeras clínicas del país dedicadas a la salud trans. Ella tiene una pequeña historia previa con Emilia Pérez: tiempo atrás, fue invitada a audicionar para una película que le fue descrita como “de narcos y mujeres trans”. Cuestionable pitch en su opinión, pues de entrada, defiende que las narrativas sobre personas trans deberían trascender esas temáticas.

“Me citaron en la colonia Condesa y ahí estaba Jacques [Audiard]”, relató Daniela a la salida de la función. La activista sabía que, al no ser actriz, sus posibilidades de quedarse con el papel eran pocas. Pero señala: “Me consta que Jacques estaba buscando a una mujer trans. Decía que no iba a contratar a nadie que no lo fuera. Eso está muy cool.”

Emilia Pérez México

No obstante, Daniela reconoció desde el inicio varias problemáticas con el planteamiento del viaje de Emilia en el guion. Y expresó sus dudas al director.

“Aproveché para decirle a Jacques que quizá no era el mejor camino para representar a las mujeres trans ni a ciertas problemáticas de México”, recordó. Daniela planteó que había un “dejo de banalización” respecto al camino de las personas trans, y ofreció a la producción proveer anotaciones sobre aspectos como diálogos, la representación de las mujeres trans y los procesos quirúrgicos.

El asunto quedó, esencialmente, en un “nosotros te avisamos”.

Para Daniela, uno de los principales problemas del guion está en plantear la transición de género como un “borrón y cuenta nueva”, que limpia los errores del pasado y abre el camino a la redención de la protagonista por medio del dinero dedicado a una causa social. Peor aún, ella opina que Audiard instrumentaliza a la comunidad trans para blanquear al personaje de “Manitas” y generar simpatía a pesar de sus crímenes.

 “O sea, ¡no nos puede hacer querer un personaje así! Y aparte lo instrumentaliza de una manera muy, muy vil. Toma una población vulnerada [las mujeres trans] para que entonces la quieras [a Emilia]. Porque cómo vas a odiar a una persona trans, ¿no?”.

El abordaje de la transición de género como un nuevo comienzo presenta otros problemas para Rocío Suárez, activista y Coordinadora general de Centro de Apoyo a las Identidades Trans (CAIT), donde se dedica a documentar casos de violencia, desapariciones, transfeminicidios y dar acompañamiento en materia jurídica.

 “Cuando se inició [el debate sobre] la ley de identidad de género en México, la oposición a esta legislación decía que los delincuentes van a buscar cambiar su identidad de género para salvarse de las denuncias penales en su contra”, comentó Rocío en entrevista, apuntando que ese es precisamente uno de los efectos de la transición de Emilia en la película. Hay, claro, una irresponsabilidad en ese mensaje: “En ese sentido, podría ser una palanca para que los discursos transfóbicos se vuelvan a posicionar en el país”.

Karla Sofía Gascón como Manitas del Monte
En Emilia Pérez, Karla Sofía Gascón también interpretó el papel de El Manitas, un narcotraficante en México que sueña con cambiar de vida y convertirse en mujer.

Rocío vio la película Emilia Pérez a mediados de 2024, en una función organizada para transmitir a la productora la retroalimentación de la comunidad LGBTQIA+ sobre el largometraje.

“Me parece significativo cómo se asoció el tema de las personas desaparecidas [a la trama]”, añadió Rocío, enfatizando que, dentro de la narrativa, es dinero sucio lo que financia las búsquedas. Para ella, esta forma de representar la crisis de los desaparecidos lastima la legitimidad de las organizaciones de la sociedad civil, que ya fueron acusadas durante el sexenio del presidente Andrés Manuel López Obrador de querer boicotear a su gobierno.

 A petición de esta pluma, la película Emilia Pérez también fue vista por la activista Maricela Peralta, quien desde la desaparición de su hermano Jorge en 2018 colabora con colectivos de búsqueda. Hoy trabaja con el Proyecto de Búsqueda Guanajuato, que da seguimiento a casos de Celaya y municipios aledaños, donde alrededor de 220 familias han sufrido al menos un caso de desaparición.

 “Yo no sé de arte, lo único que puedo decir es que el musical puede ser una manifestación válida”, comentó Maricela en entrevista. “Hay grandes musicales como Los Miserables que, entiendo, tocan temas bien duros”. Pero su respuesta a la propuesta de Audiard no fue nada positiva: “No entendí la música. Por más que trataba de entender qué me estaba tratando de decir [la película con las canciones], no lo entendía”.

 En ese sentido, lo que a la activista le impresionó más fue que la película de Audiard quiera, en sus palabras, “ver las cosas desde una perspectiva de falta de investigación completa”. Su lectura empata con las de Daniela y de Rocío. “También vi violencia hacia las chicas trans”. No llega a tildar el planteamiento de la película como apología del delito, pero coincide en que la transición de la protagonista se instrumentaliza para idealizar a un personaje criminal y, de paso, trivializar una problemática social.

Entre arte, indignación y responsabilidad

Ya era tal el frenesí en redes sociales por Emilia Pérez, que Jacques Audiard optó por disculparse públicamente en la conferencia de prensa del 15 de enero en México. “A lo mejor hasta les parecerá que estoy sobrevolando la cuestión; si creen que lo hice con demasiada ligereza, les pido perdón. Pero debo decirles que me escandaliza el silencio fuera de México en torno a este problema”.

Las buenas intenciones no quitan otras declaraciones desafortunadas, como aquella en la que defiende la estilización de la película como una ópera que, por necesidad, “roza con la caricatura”. O aquella otra donde desdeña al español como idioma “de países pobres”. Pero Audiard ha levantado dos cuestiones que merecen atención.

La primera: Audiard abordó el potencial del cine como arte, no para resolver problemáticas sociales (y es cierto, no puede), sino para plantear preguntas que susciten conversaciones. ¿Pero qué preguntas, exactamente, propone Emilia Pérez? Si ya establecimos aquí que la película no construye un arco dramático satisfactorio y que tampoco pretende (o quiere) explorar con cuidado las realidades sociales de las que se desprende, ¿qué más queda?

“Sería bueno que Jacques pueda escuchar a la crítica y que podamos tener una respuesta de él, que nos diga qué quería expresar”, manifestó Daniela Muñoz. “O sea, qué quería dar a conocer en un tiempo tan complejo, en un país tan convulso, con temas tan álgidos”. Concluyó con una breve reflexión: “si lo que vas a hacer, que tiene una visibilidad masiva, no abona a una sociedad que tiene muchas carencias, ¿para qué lo haces?”.

Emilia Pérez méxico
El director Jacques Audiard prefirió filmar el 99% de Emilia Pérez en un estudio e París, en lugar de en México.

Quizá es solo eso: la intención de tomar realidades sociales vulnerables, ficcionarlas desde la ignorancia y explotarlas como producto de consumo. Cosa grave e irresponsable en una narrativa donde una exnarco se redime y suelta frases como: “Aquí no hay culpables, no juzgamos a nadie”.

Hablar de “responsabilidad”, sin embargo, nos acerca a uno de los debates más longevos y escabrosos sobre el arte: ¿debe ser limitado por la moral, o ha de ser una expresión estética libre de explorar tanto los lados más brillantes como los más deleznables de la experiencia humana? Es un debate de siglos que no empieza ni terminará con Emilia Pérez, y del que todos hemos de forjar un criterio.

Así que vale mirar al segundo punto levantado por Audiard, respecto al casting de actrices extranjeras para los roles de mexicanas. El cineasta francés defendió que eligió a actrices de “cierto renombre” para asegurar el financiamiento de la película. Un recordatorio de que el cine es, también, un producto industrial masivo, cuyos financiadores buscan que se consuma para recuperar su inversión. Un negocio, pues, con consumidores que pagan con tiempo y dinero, y beneficiarios que buscan un lucro.

“Yo no estaría dispuesta a fomentar el consumo de algo que no me representa”, manifestó Maricela Peralta. Porque te estoy hablando desde el lado de los colectivos, donde represento a doscientas familias. Y de pronto, pagar un solo boleto le significa a él [el director] una utilidad”.

La película Emilia Pérez, sin embargo, sí que fue consumida, aunque quizá no en la escala que sus promotores hubieran querido. Terminó su primer fin de semana en cartelera en el octavo lugar de taquilla (según datos de Canacine), recaudó 9.4 millones de pesos y poco más de 100 mil espectadores. Cifra baja para una película que tuvo copias en casi todos los complejos cinematográficos del país. Seguro hay quienes comparten la conclusión de Maricela.

No obstante, el número revela una ironía sobre lo que consumimos en los cines de México. Aun con su pobre desempeño en su primer fin de semana, la taquilla de Emilia Pérez ya superó la recaudación total de otras películas recientes, hechas en México desde perspectivas más empáticas y propositivas, sobre la crisis de desaparecidos y la violencia del narco. La más reciente y taquillera en esa lista, Sujo (2024), sumó 5.5 millones de pesos en toda su corrida comercial. Otras como Sanctorum (2019) y Tempestad (2016) no llegaron ni al millón.

Sujo, la película de Astrid Rondero y Fernanda Valadez.

Lo anterior responde a complejidades sistémicas y de mercado cuyo desmenuzamiento ha rendido para volúmenes enteros, y que tienen mucho que ver también con los potentes brazos mercadológicos de las distribuidoras (¿será que la polémica vende? Debate para otro día). Pero de este lado, quizá nos corresponde reflexionar qué consumimos, a qué le damos visibilidad, y cómo lo hacemos.

En su testimonio, Maricela también habló de la importancia de que las representaciones de las luchas civiles sean fieles a la realidad y dignidad de las personas desaparecidas y sus familias, quienes transforman su dolor en acción. Quizá valdría extender la aseveración a convertir la indignación en acción. Sin afán de caer en el argumento nacionalista ni de promoción proselitista del cine mexicano sólo por ser mexicano, por lo menos valdría la pena, pues, sí… atender a lo que ciertas propuestas nacionales tienen que decir sobre estos temas.

Pero transformar el dolor y la indignación en acciones puede –y tiene que– ir más lejos. Tiene que trascender el “activismo de sofá”, reducido a un burdo hate infértil. Puede comenzar por discernir qué miramos, cómo lo reflexionamos y lo dialogamos, y a qué dedicamos nuestras energías y recursos. Se vale salir a las calles a manifestarse y exigir resultados a los funcionarios públicos, hacer conciencia en otros, contribuir a causas vulnerables con acciones o donativos. Una opción, entre muchas otras, es Fondo Semillas, que facilitó los diálogos para este texto.

Cualquiera de esas suma más que burlarse del acento de Selena Gomez, o mentarle la madre a un francés que hizo una película desde el exotismo, para ganarse un premio que ni debería importarnos tanto. Palabra.

 



autor Este no es el droide que estás buscando. Crítico y periodista de cine, actual editor en jefe de Filmelier en México y Brasil. También edita el blog de Film Club Café.
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