El irlandés – Crítica
La épica intimista de un maestro tras la cámara.
El irlandés de Martin Scorsese es una película que lo mismo funcionará para el fanático de las “películas de gangsters”, que para el cinéfilo empedernido en búsqueda de películas para adultos, sustanciales y con más que decir que simples emociones fabricadas por comité. Por supuesto, sobra decir que éste es el tipo de cine que ya no es muy frecuente ver en Hollywood.
El guion de la película está basado en el libro I Heard You Paint Houses, el cual detalla las supuestas andadas de Frank “The Irishman” Sheenan en el mundo del crimen organizado italoamericano a lo largo de 50 años (un efecto logrado con un mediano, pero aceptable uso de la tecnología rejuvenecedora en Robert De Niro, Al Pacino y Joe Pesci, los tres extraordinarios) y su involucramiento con Jimmy Hoffa, el líder sindical desaparecido a finales de los 70. Eso es en la superficie, pero esta película comienza a cobrar vida en el fondo. En las reflexiones que hace Scorsese alrededor del pasaje del tiempo, de lo que significa un legado y en los ecos que nos presenta de su propia filmografía y de un género que él mismo contribuyó a formar.
Llamarle “deconstrucción del género” me parece un poco inadecuado, pero definitivamente sí existe en el cineasta un interés por revalorar los códigos y lugares comunes al que cintas como El Padrino y su propia Buenos muchachos nos han acostumbrado. Aquí no hay rituales elevados al punto del romanticismo, ni el retrato seductor de una vida en donde las reglas las pone uno.
Y es quizás en esta revaloración de uno de los géneros “más machos” que existen donde Scorsese no nos muestra que “los rudos también sufren” –para eso ya tenemos siete temporadas insuperables de Los Soprano–, sino para comprobar que lo único que queremos todos los humanos es trascender. El guion de Steve Zaillan se esfuerza cada que puede en recordarnos quién es esta gente (que Jimmy Hoffa fue, en algún punto de los 60, más conocido que los Beatles, por ejemplo), que lo que hicieron importó, que de nada sirve hacer nada si nadie lo recuerda. Por eso es importante la mirada femenina en la cinta, específicamente la de la hija de Sheeran de niña y de adulta (interpretada por Anna Paquin con un solo diálogo, pero con una mirada que dice absolutamente todo). ¿Para quién hicimos todo esto y por qué?
El nuevo filme de Scorsese toma su ritmo de sus películas más contemplativas y exprime cada fotograma de sus casi tres horas y media de duración para poner el espectador a hacer algo a lo que el cine contemporáneo hollywoodense cada vez se rehúsa más: reflexionar.