El hilo fantasma (Phantom Thread) – Crítica
El hilo fantasma es la enrarecida, obsesiva y elegante crónica de una industria –la de la moda de alta costura– y el encuentro de tres almas atormentadas.
Corren los años 50 y la niebla de la guerra parece disiparse cada mañana de los húmedos barrios residenciales en el centro de Londres. La primera secuencia de El hilo fantasma nos invita a despertar junto a una de las criaturas más particulares y excéntricas que habitan una de estas calles: el diseñador de modas Reynolds J. Woodcock (Daniel Day-Lewis), quien se acicala, viste y desayuna con el refinamiento y naturalidad de alguien que haya hecho eso mismo cada mañana durante 100 años, sin que dos guerras mundiales y la muerte de una esposa se le hayan cruzado en el camino.
Woodcock vive con su hermana (Lesley Manville, actriz de cabecera de Mike Leigh que aquí irrumpe con un porte magnético y frío que dificulta reconocerla en sus primeras secuencias). Juntos, han construido una firma familiar de alta costura que encarna una de las aspiraciones más altas de la Inglaterra pos-victoriana: la belleza atemporal que tiene un pie en la tradición y otro en la vanguardia. Es en medio de esta rutina que Reynolds conoce a una mesera, Alma (Vicky Krieps), mientras desayuna en un hotel de carretera.
En su primer encuentro, una de las secuencias más enigmáticas y tiernas de la película, vibra una sensualidad tan discreta que es más un susurro que un estallido. Nos toma el resto de la película entender la ambivalente relación amorosa entre el artista y su musa: una mezcla de tensión estética, admiración mutua y dominación patriarcal en la que los roles cambian constantemente y, como en otra de las mejores películas de este año, Tres anuncios por un crimen, las motivaciones de los personajes no nos ayudan a entenderlos, sino que provocan cambios constantes en ellos que desafían nuestra expectativa o prejuicios. Nadie encarna mejor estas contradicciones que el propio Reynolds Woodcock, un animal difícil de entender y fascinante para observar, una pantera dormida cuya elegancia perezosa entraña, al mismo tiempo, un peligro mortal. En su pasiva malicia no sólo intuimos un dolor largo tiempo reprimido, sino que recordamos la brillante definición que dio Peter Bradshaw de un gentleman inglés: alguien que jamás te ofendería sin que fuera esa tu intención.
Es un personaje construido desde la nada por Anderson y Day-Lewis, quien a contrapelo de otros de sus roles más conocidos, que provienen de figuras verídicas, históricas o literarias –Lincoln, Petróleo sangriento, Las brujas de Salem, En el nombre del padre, La insoportable levedad del ser y un largo etcétera–, tiene en El hilo fantasma una hoja en blanco para crear un personaje a la medida exacta de su talento, como un traje –literalmente– confeccionado por encargo. El resultado, como punto final a una de las carreras actorales más estimulantes del cine contemporáneo, es milagroso.
Como las mejores películas en la filmografía del director, es casi imposible resumir El hilo fantasma en una sinopsis argumental sin vulgarizarla o traicionarla; es una película poblada por elipsis, silencios y miradas en la cual el peso dramático recae en lo que no se dice, lo que queda fuera de cámara y en el pasado de los personajes, que vuelve constantemente en forma de recuerdos fantasmales que nosotros sólo podemos intuir conforme avanza la película, mientras nos adentramos en la intimidad suntuosa y adolorida de Woodcock, su hermana y el objeto de deseo, Alma. La película cuenta una historia de amor y también el proceso creativo de un artista que está tan en deuda con la inspiración divina como con los aspectos más prosaicos de la moda.
En la historia de la joven virgen que aparece por accidente en una casona poblada por secretos, vigilada por una rival inquietante y acechada por el recuerdo de una esposa fallecida, hay más de un eco de la Rebeca de Alfred Hitchcock. Curiosamente, aunque aquella está situada en la campiña británica, fue la primera película que hizo el amo del suspenso al llegar a Norteamérica; casi al contrario, El hilo fantasma es la primera película situada en Londres firmada por Anderson, a quien conocíamos como uno de los mayores cronistas del alma estadounidense. Sin embargo, su complejo, amoroso y obsesivo retrato de la capital británica en la posguerra nos hacen pensar que el cineasta o bien nos ha estado mintiendo sobre su edad y su procedencia, o que las fronteras de su talento son más amplias de lo que ya pensábamos.
Nominada sorpresivamente, pero con plena justicia, a seis premios de la Academia, El hilo fantasma salda –aunque sea de forma tardía– esa deuda que la industria californiana ha tenido con uno de los cineastas mayores del cine anglosajón de este siglo. Mención especial merece su quinta colaboración con Jonny Greenwood, artesano excepcional y meticuloso que entiende bien el maridaje entre música, sonido y silencio y evade con elegancia cualquier uso vintage o decorativo para una película situada en los años cincuenta: en lugar de jazz, rockolas o big bands, el coautor de “Karma Police” despliega atmósferas discretas, enrarecidas, que parecen salir del alma misma de sus complejos personajes. Para Day-Lewis, por otra parte, es una coda espectacular que lo único que nos revela es la verdadera dimensión del vacío que deja su retiro.