Cowboy Bebop – Crítica de la serie live-action de Netflix
El live-action de Cowboy Bebop dista de ser un desastre, pero tampoco justifica su existencia. Se siente artificial, edulcorado y desechable.
No es difícil comprender por qué Hollywood insistió tanto a lo largo de los años en sus planes para desarrollar un live-action de Cowboy Bebop. En el papel, una producción basada en la obra de culto de Shinichirō Watanabe (Samurai Champloo) y estudio Sunrise (Gundam) luce como una fórmula ganadora: una premisa sugerente y personajes carismáticos envueltos dentro de una narrativa enriquecida por décadas de historia del séptimo arte, con una atractiva fusión de géneros e influencias del western, el cine negro, la ópera espacial, la nueva ola francesa o el wuxia; todo ello, orquestado al ritmo de los exquisitos compases de jazz, blues y un poco de rock, cortesía de la prodigiosa compositora Yōko Kanno y la banda The Seatbelts. Para fines prácticos, sería un proyecto más sencillo de aterrizar en el apartado visual frente a otras icónicas franquicias japonesas y, gracias a su multiculturalidad y referentes occidentales, no requería de ajustes notorios para conectar con el gran público de este lado del charco. Pero dadas las experiencias previas, la duda entre los fanáticos persistía: ¿podría una adaptación mantenerse fiel y entregar algo a la altura de aquel legado?
La buena noticia es que la serie de Netflix y Tomorrow Studios –compañías que ya trabajan en el live-action de One Piece– dista de ser un desastre. Para el público más benevolente, esta iteración puede resultar incluso una pieza de entretenimiento aceptable e inofensiva, al menos en comparación con otras producciones estadounidenses inspiradas en títulos célebres del mundo del anime o el manga. Sin embargo, la vara no debería ser tan baja. Al final, el equipo liderado por el showrunner André Nemec (Zoo) no ofrece nada particularmente destacado en su reinterpretación de Cowboy Bebop, ni en forma ni sustancia. Ni una pequeña chispa de aquella magia que ha cautivado a audiencias globales desde 1998. Un producto que se siente artificial, edulcorado y, ultimadamente, desechable; un conjunto de adjetivos que jamás usarías para describir al anime original.
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Cowboy Bebop nos transporta a un futuro no muy distante donde la humanidad ya ha colonizado el sistema solar, y los viajes a través de los planetas son posibles por medio de puertas hiperespaciales. En este escenario conocemos a un equipo ecléctico de cazarrecompensas desdichados, quienes son incapaces de soltar el pasado: Spike Spiegel (John Cho), un ex integrante de la temida organización criminal conocida como El Sindicato; Jet Black (Mustafa Shakir), un ex policía que lo perdió todo tras ser acusado por un crimen que no cometió; y Faye Valentine (Daniella Pineda), una mujer que sufre de amnesia luego de despertar de un largo sueño criogénico. Contrario a lo que podría sonar, la versión de Netflix no es una calca del anime, sino un remix que imprime unos cuantos giros a los personajes, al universo y a varias de sus líneas argumentales más recordadas. Algunos cambios funcionan mejor que otros en función del relato que se pretende contar, pero indudablemente generarán opiniones divididas entre el fandom. No obstante, la falla fundamental con la versión de Netflix radica en el hecho de que parece existir una preocupación mayor de los creadores por emular el estilo del anime a un nivel superficial, que en hacer un ejercicio auténtico por replicar el delicado balance en tonos que le significaron tanta aclamación en primer lugar. Ya fuese por falta de autorreflexión o por una omisión deliberada, Cowboy Bebop es la última victima de una desafortunada americanización.
A un lado quedó la melancolía que impregnaba a la mayoría de las desaventuras de Spike, Jet y Faye; ni un rastro de aquella búsqueda por una luz de esperanza en medio de situaciones que les confrontaban constantemente con la tragedia. Si bien, la adaptación hollywoodense no abandona el drama, la violencia o la crueldad del universo de Bebop, la propuesta se diluye al privilegiar de un modo excesivo la comedia, el absurdo y lo estrafalario durante gran parte de sus 10 sesiones o episodios. Cabe señalar que para la sala de escritores encabezada por Christopher Yost (Thor: Ragnarok), el corazón de la serie recae en el tropo de la “familia encontrada”, y la camaradería entre Cho, Shakir y Pineda está presente sí esa es la clase de serie que estás buscando. La paradoja yace en la noción de que lo que estamos viendo y escuchando apela demasiado a la nostalgia al querer recordarnos a cada instante que es Cowboy Bebop, aun cuando esté divorciado por completo en tono de la creación de Watanabe. Cuando el argumento se permite ingresar finalmente en zonas grises, tal vez ya es muy tarde para recomponer.
En cuanto a las actuaciones se refiere, debemos hablar acerca del otro triángulo central en la trama: Spike, Vicious (Alex Hassell) y Julia (Elena Satine). Sin entrar en detalles específicos, el live-action intenta profundizar en la enorme carga emocional que existe en sus relaciones, por lo cual se vuelve fundamental comprarlos en sus papeles y su dinámica de cara a la conclusión de la primera temporada. Por desgracia, la ejecución falla miserablemente. Cho nunca consigue verse como menos que un cosplayer glorificado de Spike Spiegel, pero existe cierto encanto en su interpretación y en la química que tiene con sus compañeros cazarrecompensas; algo que no podemos decir de las interacciones con su antiguo socio convertido en enemigo mortal o con la mujer de sus sueños. En ese sentido, Vicious y Julia reciben actualizaciones importantes con respecto al material de origen, aunque éstas no juegan siempre en su beneficio. En el caso de Alex, el conflicto parecen ser la dirección y sus elecciones actorales, ya que el sociópata unidimensional que conocíamos se transforma plenamente en un villano de caricatura, y el pobre trabajo de caracterización tampoco le favorece. Elena, por su parte, hace un rol adecuado con el guion que se le brindó; son las directrices marcadas en éste las que causarán reacciones encontradas sobre el personaje. Un servidor respeta la osadía para intentar algo diferente y dejar a la serie en un punto donde realmente podría ofrecer algo fresco en caso de confirmarse una continuación. Lamentablemente, la construcción para llegar hasta a ese punto y la resolución son vergonzosas. En contraste, Mustafa Shakir, Daniella Pineda y Tamara Tunie (Ana) regalan actuaciones sólidas. ¿Y Radical Ed? Sólo diremos que no esperen nada más allá de algunas menciones y un breve cameo.
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Como ya se mencionó, no se puede negar la inmensa admiración que guardan todos los involucrados en el proyecto por el anime en el plano técnico. Desde la secuencia inicial, la serie live-action codirigida por Alex García López (The Witcher) y Michael Katleman (Zoo) nos deja ver que se realizó un esfuerzo legítimo por replicar dicha aura y entregar la mejor versión posible. Filmada en Nueva Zelanda, la producción requirió de 140 sets y locaciones que fueran plagadas con pequeños easter eggs, referencias y homenajes a la franquicia dentro y fuera de la ficción; en algunos casos, como en la catedral rescatada del episodio La balada de los ángeles caídos, la recreación fue hecha meticulosamente hasta el mínimo detalle. Sin duda, cada departamento invirtió numerosas horas estudiando cada fotograma y los artes conceptuales que les fueron proporcionados por Sunrise, desde los cinefotógrafos Jean-Philippe Gossart, Dave Perkal y Thomas Burstyn; pasando por los diseñadores de producción Grant Major y Gary Mackay; a la decoradora de set Anneke Botha y la vestuarista Jane Holland. Tristemente, esa ambición carece de los recursos suficientes para respaldarla en pantalla y, como consecuencia, la sobriedad visual y pericia estética del anime no se traducen en forma adecuada al mundo real. Los componentes aquí lucen baratos, acartonados y artificiosos. En tanto, las secuencias de acción son competentes la mayor parte del tiempo, pero no llegan a ser excepcionales.
Una vez más, terminamos con la eterna interrogante: ¿cuál era el punto? Una pregunta con la cual la industria hollywoodense sigue batallado al tratar de encontrar fórmulas satisfactorias para reinterpretar clásicos de la animación local e internacional en producciones live-action. Exceptuando el apartado musical con el regreso de Yōko Kanno y The Seatbelts, hay muy poco en la adaptación de Netflix que amerite genuinamente la atención de viejos fans desde una óptica positiva o que posea una fracción del alma del anime para atraer con la misma pasión a una nueva generación de espectadores. Como tantas adaptaciones antes de ella, la serie live-action de Cowboy Bebop no logra justificar su existencia. Y, ¿por qué querrías ver un remix desangelado cuando podrías acercarte en su lugar al anime original?
Cowboy Bebop ya está disponible en Netflix.