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Cine

Cafarnaúm: La ciudad olvidada – Crítica

07-02-2019, 10:48:17 PM Por:
Cafarnaúm: La ciudad olvidada – Crítica

La representante de Líbano en el Oscar es una epopeya de cine mesiánico y aleccionador hasta la brutalidad, aunque tiene actuaciones impecables.

Cine PREMIERE: 3
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Cualquiera que sienta ganas de descifrar el título del tercer largometraje de la libanesa Nadine Labaki tiene que prepararse para no encontrar respuestas. Cafarnaúm (2018), Capharnaüm o Kfar Nahum puede significar dos cosas curiosamente opuestas: una, de profundo simbolismo bíblico, es el nombre de un desaparecido poblado galileo, cercano a la frontera sur de Líbano y la del norte de Israel, famoso por haber sido hogar temporal para Jesús y sus discípulos, una vez que se lanzaron al World Tour por las tierras colonizadas. El otro significado, que hoy solo pervive como palabra en el portugués brasileño, quiere decir desmadre, hacinamiento, un lugar donde todo se amontona sin orden ni ley.

De alguna forma, Cafarnaúm, la película, termina por significar las dos cosas: una epopeya de cine mesiánico, predicante, misionero y aleccionador hasta la brutalidad, además de apelar a la descripción de los entornos en los que se desarrolla, los arrabales marginados de la Beirut contemporánea. Que el subtítulo elegido por la distribuidora mexicana sea La ciudad olvidada hace pensar en la primera opción, el lugar bíblico, pero también en esa vieja técnica de vender una película producida en el tercer mundo como un-emocionante-y-trágico-paseo-por-el-infierno.

Cafarnaúm

Al Rafeea es un debutante de 13 años sin experiencia actoral que, al inicio del rodaje, era un refugiado sirio en Líbano.

Labaki tomó la decisión de poner todo el peso dramático sobre los hombros de Zain Al Rafeea, un debutante de 13 años sin experiencia actoral que, al momento de iniciar el rodaje, acompañaba a su familia como refugiado sirio anclado en Líbano, a la espera de un pasaporte que lo llevara a Europa. Labaki tomó el libreto, basado en un argumento escrito por su coguionista habitual, Jihad Hojeily, y lo amoldó al inesperado talento desplegado por Al Rafeea. El protagonista es un niño que huye de la conflictiva casa familiar con un hermano menor a cuestas y el deseo firme de demandar a sus padres por haberlo traído al mundo.

Zain no tiene certificado de nacimiento ni documento alguno que pruebe su ascendencia, pero ese es el menor de sus problemas. Cuando su hermana Sahar, de 11 años, es tomada con violencia por un hombre varias décadas mayor, la respuesta natural del chiquillo es apuñalar al pederasta y huir lo más lejos posible de sus padres. En este punto, como dicta el lugar común, “la aventura apenas comienza”.

Cineasta con una fuerte vena didáctica, que frecuentemente le gana a la narradora, Labaki va encaminando su cine hacia un universo moralmente bipolar, en donde no caben los matices que distinguen a sus héroes trágicos –que son justos y abnegados hasta la santidad– de sus villanos, que son obscuros hasta la náusea. Aunque está actuada de forma impecable y está editada, tanto en imagen como en sonido, con una sofisticada destreza para transmitir texturas y sensaciones, las intenciones moralizantes de la cinta quedan desnudas cuando vemos aparecer a la propia Labaki, como actriz, en el papel de una abogada que resulta el único personaje de ética inviolada en todo el panorama.

Cafarnaúm

El que Cafarnaúm sea una odisea de niños que se mueven en un entorno hostil y marginal solo evidencia las limitantes de su directora frente a los numerosos cineastas del mal llamado tercer mundo, quienes han contado historias de infancia con mayor inteligencia, destreza formal y diversidad de tonos, por ejemplo: Abbas Kiarostami (¿Dónde está la casa de mi amigo?), Satyajit Ray (Pather Panchali), Majid Majidi (Los niños del paraíso), Hana Makhmalbaf (Buda explotó de vergüenza), Bahman Gobadhi (Las tortugas pueden volar), Siddiq Barmak (Osama). Incluso hay que que considerar propuestas como El proyecto Florida, que no descartan el humor negro ni lo pop como mecanismos de crítica social.

Cualquiera de estas es una opción más desafiante, rica, compleja y satisfactoria que Cafarnaúm, una película que parece hecha para destrozar el corazón y alimentarse de la culpa de los votantes en cualquier festival o ceremonia, como lo demuestran el Premio del Jurado recibido en el Festival de Cannes y sus múltiples menciones en la presente temporada de premios, que incluyen el BAFTA, Globo de Oro y el Oscar. Otra vez queda abierto el debate sobre si películas como Cafarnáum sirven efectivamente para paliar las carencias de vidas marginadas como la de Zain (pues tal es la intención explícita de la cinta) o funcionan más bien como un lavado de consciencias y de manos para los públicos arthouse, que bien podrían ver la cinta y terminar envueltos en lágrimas, para después seguir ignorando al Zain que les pida una moneda a la salida del cine.

autor Periodista, cinéfilo y lector compulsivo, conductor en Mi cine tu cine (Once TV), locutor, jazzero y tragón. Miembro de la Semaine de la Critique de Cannes en 2014 y del Berlinale Talents Press. Estando antes en París, pasaba más tiempo dentro del cine que afuera, así que volví a la Ciudad de México en donde el cine es más barato y, digan lo que digan, se come mejor.
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