Berlinale 2018: Joaquin Phoenix, el genio insufrible

Joaquin Phoenix hace un papel brillante en la nueva cinta de Gus Van Sant, pero eso no quiere decir que el actor esté dispuesto a hablar mucho al respecto.
Es bien sabido que Joaquin Phoenix es un individuo singular, pero por si acaso alguien lo dudaba lo dejó muy claro durante la presentación de Don’t Worry, He Won’t Get Far On Foot, película que compite en la Berlinale. Allí se lo vio por lo general con cara de fastidio, como si estuviese obligado a observar una película mil veces vista. Más de una vez se dirigió al moderador del panel para inquirirle acerca del tiempo que debía permanecer allí e ignoró olímpicamente varias de las preguntas que le hicieron algunos periodistas. Llegado un punto, incluso dio la espalda por completo a los representantes de medios y se se puso a mirar uno de los pósters oficiales del festival. No sé si habré sido el único, pero la situación se tornó tan extraña que en algún momento llegué a pensar que lo que quizá hacía Phoenix era interpretar una versión anárquica y extrovertida de sí mismo, similar a la que realiza en el filme I’m Still Here.
Aunque lo más seguro es que él siempre sea así, un bicho raro que prefiere pasar por antipático que fingir que le interesa hablar una y otra vez sobre un papel que encarnó hace meses y que por lo tanto ya ha dejado atrás. “Mi interpretación habla por sí misma”, es lo que Joaquin Phoenix aparentemente quiso decir en las pocas veces en las que abrió la boca. Y tal vez tenga razón. Phoenix hace un papel memorable –no sería demasiado aventurado pensar en una posible nominación al Oscar– como John Callahan, un caricaturista que sufrió una parálisis de la cintura para abajo a causa de un accidente de juventud, en el cual estuvo implicado el consumo de alcohol. Un equilibrista consumado de emociones, Joaquin Phoenix no trata a su personaje con indulgencia pero tampoco le arrebata una pizca de dignidad, con lo que consigue presentar a un individuo que se antoja próximo, familiar, con el que cualquiera puede identificarse. En realidad no se trata de la típica cinta de superación en la que una persona con deficiencias físicas consigue imponerse a los obstáculos propios de su condición. Es una película sobre el alcoholismo y sus consecuencias, y sobre la facilidad con la que el constante rol de victimización que nos imponemos puede hacernos propensos a una adicción o a otras conductas erráticas.
Gus Van Sant, por contraste, trató a la prensa con dulzura de abuelita. Entre otras cosas mencionó que él había conocido a John Callahan desde hace mucho tiempo, dado que ambos habitaban la misma ciudad (Portland, Oregón), y que siempre le había parecido una personalidad interesante. El guion, escrito por el mismo Van Sant, se basa en el libro de memorias de John Callahan, quien falleció en 2010. Luego del tropiezo que sufrió con The Sea of Trees, el gran director que nos dejó boquiabiertos con Elephant y My Own Private Idahoe está de vuelta.

Joaquin Phoenix en la conferencia de prensa durante la Berlinale 2018.

Sorpresivamente, Joaquin Phoenix permitió el acercamiento de los fans después de la conferencia de la Berlinale.
José Padilha y el terrorismo de los años setenta
Tal vez no se trate de la mejor película del brasileño José Padilha –quien por cierto ganó el Oso de Oro de Berlín hace unos años con su Tropa de élite–, pero 7 Days In Entebbe es una cinta que vale la pena mirarse. La película narra el secuestro de un avión de Air France perpetrado en 1976 por el grupo terrorista alemán, Células Revolucionarias, y el Frente Popular para la Liberación de Palestina, así como la subsecuente respuesta emprendida por el gobierno israelí –una gran parte de los pasajeros eran de dicha nacionalidad– para liberar a los rehenes. Padilha se vale principalmente de las actuaciones de Rosamund Pike, Daniel Brühl y Eddie Marsan para montar una coreografía de eventos en los que la sensación de encierro funciona como elemento unificador.
Casi todo el filme está rodado en interiores, ya se trate de los hangares de Uganda donde los secuestrados sufren el encierro, o de las oficinas gubernamentales de Israel en las que son tomadas las decisiones, con lo que el brasileño consigue que el espectador se involucre en el ambiente claustrofóbico del relato. La carga política de la cinta es por demás clara. Más de cuarenta años después de los hechos expuestos, el conflicto que más tiempo ha perdurado en Medio Oriente no da signos de poder resolverse. Y en tiempos del trumpismo, mucho menos.
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