Anatomía de una caída – Crítica de la película
Disfrazado de drama judicial, este thriller analiza el poder de la verdad y cómo el miedo a caer nos puede llevar a límites perturbadores.
¿Alguna vez han escuchado, especialmente en un conflicto, que existen tres verdades? Pensemos en una discusión de pareja: están las verdades de cada parte, y la verdad absoluta, esa que cada quien modifica a su conveniencia para obtener el mayor beneficio. Llegar a ésta última es complicado, especialmente si nadie quiere ceder, o si no hay testigos que puedan clarificar los hechos. En su más reciente película, Anatomía de una caída, la directora Justine Triet complica el camino a la verdad con un posible asesinato que sólo confunde más las cosas. Y aunque a primera vista podría tratarse de un drama judicial más, lo cierto es que disecciona múltiples caídas, no sólo la que ilustra su póster.
Sandra es una escritora alemana que vive con su esposo francés, Samuel, y su hijo Daniel de 11 años. Durante los últimos años han tenido una vida aislada en un pueblo remoto en los Alpes franceses. Su vida calma y tranquila se desmorona cuando Sandra y Daniel encuentran a Samuel muerto sobre la nieve en las afueras de su chalet. La policía comienza a investigar el deceso, y Sandra emerge como la principal sospechosa. Poco a poco, el juicio se transformará no sólo en una investigación de las circunstancias de la muerte de Samuel, sino en un inquietante viaje psicológico a las profundidades de la conflictiva relación entre Sandra y él.
A diferencia de otras películas donde un elemento claramente resalta y salva la función, Anatomía de una caída funciona como un ejemplar ensamble de que menos es más. En los últimos años han estrenado diversas historias donde un juicio forma parte indispensable del relato. Sin embargo, la obra de Justine Triet sobresale por hacer de este elemento sólo la punta del iceberg. A lo largo de sus dos horas y media de duración, la película profundiza en la caída del matrimonio entre Sandra y Samuel, pero también en sus descensos personales, y cómo su idílica relación pronto se transforma en un semillero de traiciones, secretos, y una latente incomodidad.
El juicio donde se determina si Sandra es culpable o inocente permite que, a través de distintas perspectivas, se hable del matrimonio con verdades punzantes y diálogos que pueden hacer mella en más de un espectador. En realidad, muchas cosas habían sucumbido antes de que Samuel cayera y perdiera la vida en la nieve. Y para quienes gocen de un buen thriller, amarán saber que todos los diálogos tienen una función clave en la resolución del misterio. La película no necesita de una pretenciosa puesta en escena o un presupuesto exorbitante para generar impacto. Se vale de un guion armado minuciosamente que, sin necesidad de grandes giros, sorprende al espectador a cada minuto.
A nivel actoral, no existe ni una sola duda sobre por qué Sandra Hüller se disputa el Óscar a Mejor actriz. Su trabajo es brillante, con una sola mirada puede transmitir su incomodidad al ser juzgada por su posible crimen, y la frustración de estar en un matrimonio que poco a poco se derrite, tal como la nieve que cubre su nuevo hogar. Aunque su interpretación del personaje fácilmente pudo caer en vociferaciones, Hüller se muestra sorprendentemente contenida en gran parte del metraje. Se le ve harta, confundida, preocupada por su hijo y decidida a buscar justicia, pero cuando estalla (especialmente durante un desayuno) es algo memorable.
Otro actor beneficiado por el guion es Milo Machado Graner, el adolescente encargado de interpretar a Daniel. Su labor no es fácil. Debe lidiar con la posibilidad de que su madre sea una asesina, y también continuar con su vida tras un accidente que casi le hace perder la visión. Sorprende que Graner reaccione de manera orgánica a la situación y no sea sólo un instrumento de la película para generar empatía con el público. Al final, su actuación es de suma importancia para equilibrar la balanza a favor o en contra de Sandra.
Si bien, sus ya mencionadas dos horas y media de duración pueden ahuyentar a muchos, éstas no se sienten en lo más mínimo. Durante el primer acto algunas situaciones no hacen fluir la historia de gran forma. Pero una vez que empieza el juicio, Anatomía de una caída saca sus cartas fuertes y demuestra que cada segundo importa. La edición juega con la temporalidad para remontarnos a los momentos clave en el matrimonio de Sandra y Samuel, pero también nutre el proceso judicial con dinamismo.
Éste aborda una gran parte del relato, pero hay revelaciones, diálogos poderosos y hasta juegos de cámara que le quitan efecto al paso del tiempo. El espectador, al igual que el jurado, recibe información para “determinar” la situación de la mujer que vemos enjuiciada. Porque no, Sandra no es esa protagonista pulcra por la que uno puede meter las manos al fuego. Es un ser lleno de frustraciones, secretos, miedos y hasta cinismo, como lo son el resto de las personas. Ese golpe de realidad hace que quien vea la película se sienta aún más involucrado en su misterio, e incluso incapaz de juzgarla.
Tomando como pretexto una “típica” historia de juicios, Justine Triet logra un producto redondo que va mucho más allá. No tiene miedo en hablar de temas complejos, pero tampoco insiste en ellos hasta desgastarlos. Simplemente los toca con gran naturalidad, y eso se agradece. Mientras avanza la película, queda claro que ésta no sólo busca determinar si Sandra es inocente o no.
Anatomía de una caída apela a la verdad, a todos los motivos que influyen en una caída por más dolorosa que sea, y sin importar si es física, emocional o incluso marital. Sí, ver el juicio de Sandra es una experiencia emocionante y digna de la pantalla grande. Pero también es catártica por sus mordaces diálogos e incómodas verdades. Al final, cada quien hace lo necesario para no caer.