Persecución al límite
La parafernalia que emana de las escenas de acción y persecución son una táctica que no subsana las carencias argumentales de Collide.
¿Qué es lo que pasa con algunos actores connotados que cuando llegan a cierta edad comienzan a aparecer en películas que están a años luz de ser obras maestras del cine? Algunas incluso son churros insulsos que no tienen pies ni cabeza… ¿Acaso los guiones prometían más y lo que resultó lamentable fue la ejecución? ¿Será porque quieren roles relajados? ¿O acaso simplemente por tener un proyecto entre manos? Los porqués pueden ser muchos y al final sus respuestas son simples especulaciones, pero lo cierto es que ciertos “primeros actores” han estado en filmes verdaderamente tétricos y no precisamente por pertenecer al género de horror. Pasó con Al Pacino cuando hizo Jack y Jill, con Robert DeNiro en Último viaje a Las Vegas, y Sir Anthony Hopkins y Ben Kingsley no son la excepción gracias a Persecución al límite (Collide). Aunque con toda honestidad, Kingsley tiene más esqueletos de este tipo en el clóset.
Nicholas Hoult y una extremadamente rubia Felicity Jones los acompañan en esta desordenada y caótica catástrofe dirigida por Eran Creevy y en la que el abuso de clichés es una constante. Aparecen a través de diálogos empalagosos, en acciones gratuitas y escapatorias forzadas, ya que el famoso Bestia de los X-Men intenta dar vida a un héroe de acción pero, como tristemente vaticina el título original, colisiona aparatosamente. Convertido en Casey Stein, vive en Alemania tras haber experimentado problemas en Estados Unidos; no obstante, sigue involucrado en lodosas actividades. Una noche se acerca a una joven bartender que con un diálogo lo regresa al camino del bien, en la secuencia siguiente ya están enamorados y en otra más se encuentran listos para vivir juntos. Cuando ella flaquea en salud, conseguir el dinero que la salvará será la “motivación” de Casey para volver a la vida de crimen. Es así que un robo lo mete en un embrollo con los mafiosos interpretados por Hopkins y Kingsley y, como consecuencia, debe huir durante casi dos arcos de la película, hazaña que rápidamente se vuelve tediosa y repetitiva.
Mientras que Hopkins mantiene el decoro –y recupera algunas de sus miradas estilo Hannibal Lecter– a lo largo de la desgastada trama, Kingsley encarna a un caricaturesco y patético rival que no intimida en lo absoluto. A ellos se suman las inverosímiles maniobras de Hoult, quien se la pasa al volante o corriendo la mayor parte del metraje y la intrascendencia del personaje de Jones, que bien pudo ser interpretado por cualquier actriz que tuviera un poco más de química con el protagonista. De hecho, uno de los aspectos más frustrantes de Persecución al límite es que ni el renombrado cast puede hacer algo para subsanar las carencias argumentales del guion escrito por el director en compañía de F. Scott Frazier. Los personajes son mayormente irrisorios –aquí también entra el séquito de mafiosos que persigue a Hoult por tierras germanas–, los recursos para extender la persecución son incómodamente forzados y los antecedentes de todos los personajes son nebulosos pero por lo mal delineados que están.
Persecución al límite, entonces, es una producción donde una música estridente, tomas apresuradas, rugidos de motores y un ritmo frenético buscan generar algún tipo de emoción para hacernos olvidar que estamos ante un argumento desfondado. La parafernalia del director Eran Creevy sencillamente no es efectiva, de hecho, lo más emocionante del filme son los imponentes nombres que aparecen en el póster y prometían mucho más. ¿Por qué habrán aceptado el papel? Tal vez, como el protagonista, sólo necesitaban algo de dinero.