Los últimos días en el desierto
En Last Days in the Deserts, Ewan McGregor interpreta a un Jesús muy humano que lucha contra sí mismo.
Existe un gran mercado de películas espirituales y religiosas cuya agenda es clara. Ciertamente no se trata de trabajos enfocados al cinéfilo promedio y, a pesar de que en ocasiones se traducen en proyectos con gran éxito en la taquilla –como recientemente lo fue Milagros del cielo, protagonizada por Eugenio Derbez, Jennifer Garner y dirigida por Patricia Riggen–, su verdadero mercado se encuentra entre aquellos creyentes que buscan en la pantalla grande afianzar su fe. Esto a veces juega en contra de los intereses de aquellos menos apegados a cualquier religión, quienes muchas veces incluso huimos de estos materiales porque no suelen transmitir un mensaje que nos resulte convincente o satisfaga alguna de nuestras necesidades.
Pero no se dejen engañar porque, a pesar de contar con uno de los personajes religiosos y espirituales por excelencia en el rol principal, Los últimos días en el desierto no es necesariamente una película religiosa y pensarla de esa manera bien podría alejarlos de una grata sorpresa.
Ewan McGregor es Jesús, a quien encontramos en medio del desierto durante aquellos 40 días de ayuno y retiro espiritual. En medio de las dunas y el árido paisaje, debe combatir con el peor de sus enemigos cuando se trata de entender su propia naturaleza y limpiar su mente de cualquier pecado o pensamiento impuro: él mismo. Así, interpretando lo mismo a Jesús que a su contraparte (el Diablo, presume la descripción de la película) el actor de origen escocés representa la lucha no de un ser mítico o adorado por las masas, sino un ser humano con todas las tentaciones al alcance de su mano.
El Colombiano Rodrigo García está detrás de la cámara y, con la ayuda del importante cinefotógrafo mexicano ganador de dos Oscares Emmanuel Lubezki, se lanza con éxito a la tarea de humanizar uno de los personajes más emblemáticos de la historia religiosa de nuestro planeta. Pero el mayor logro está en que esto lo logra viendo al personaje no como una deidad martirizada, sino como un fallido ser humano en medio de una crisis existencial y su búsqueda por mitigarla. Bajo este pretexto, Jesús puede ser visto teniendo conversaciones esporádicas con el Diablo, quien se aparece a manera de visiones que nunca son justificadas desde el punto de vista de la religión, sino más bien como una delirante consecuencia natural del ayuno y las adversidades climáticas que enfrenta en medio del desierto.
Pero no todo en Los últimos días en el desierto es ver a McGregor merodeando en el desierto teniendo una suerte de soliloquio. García, inspirado en un guion escrito por él mismo y que se toma la libertad creativa de imaginar un escenario que no forma parte de las escrituras sagradas que sustentan una de las religiones más grandes y populares del planeta, eventualmente pone a su protagonista en medio de la dinámica familiar de un padre y su joven hijo, varados en el desierto que circunda Jerusalén durante los días de agonía de su esposa y madre, respectivamente. Es ya en esta situación que, alejado del minimalista y meditativo arranque de la película, el director colombiano pone a su protagonista verdaderamente a prueba. Lo vemos en medio de una familia al borde de la desintegración que, aunque nunca pone en cuestionamiento su fe, sí le permite mostrar al personaje como un misericordioso rebelde. Al mismo tiempo, él intentará velar por la unión del trío que le da refugio y apoyar los deseos de independencia del hijo de esta pareja, cuya ambición es positiva, pero contraria a los deseos de su padre. Esta dinámica lo mete en una serie de dilemas existenciales que ponen en juego su búsqueda espiritual contra sus pulsiones más humanas como la rabia o, incluso, el deseo carnal.
El trabajo de McGregor en el papel titular es impecable y, aunque en ocasiones es inevitable recordar aquel meme que circula el internet donde una foto del actor caracterizado como Obi Wan Kenobi forma parte de un altar, la verdad es que no le resta credibilidad a su interpretación. Rodrigo García nunca opta por un personaje que busque subir en un pedestal de deidad o mártir, sino al contrario, su Jesús es humano y fallido, recordando inescapablemente al logrado por Willem Dafoe en La última tentación de Cristo de Martin Scorsese, quizá la película a la que ésta se siente más cercana en forma y fondo. Junto con McGregor, el trabajo de Ciarán Hinds, Tye Sheridan y Ayelet Zurer como los miembros de la familia que lo asila es igual de efectivo y, no obstante el aislamiento en el desierto en el que se encuentran, García logra que la película nunca decaiga en ritmo ni pierda el interés del espectador. A esto ayuda también el espectacular trabajo de Lubezki, quien hace del paisaje una alegoría del aislamiento que el personaje titular busca lograr sin perder detalle de las inclemencias que aún ahí se hacen presentes.