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Cine

Graduación

04-07-2017, 4:02:13 PM Por:
Graduación

El ganador como mejor director en Cannes demuestra su maestría al ofrecer una serie de encrucijadas morales y confrontaciones éticas universales.

Cine PREMIERE: 4.5
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Hasta hace no mucho tiempo, Rumanía vivía cercenada y oprimida por un comunismo que ahorcaba la libertad ciudadana y diseminó vicios y traumas que a casi tres décadas de distancia de la caída del sistema siguen pisándole los talones a sus sobrevivientes. Estos acontecimientos y su proceso de sanación nacional han sido la fascinación temática del multiganador en Cannes, Cristian Mungiu, uno de los más importantes representantes de la nueva ola de cine rumano. Su sexto largometraje, Graduación (Bacalaureat), se inserta en esta propuesta argumental y parece ser una vía catártica para el también guionista.

Con este filme ofrece una serie de encrucijadas morales y confrontaciones éticas universales a partir del un microcosmos nacionalista e incluso, pese a que a primera vista este drama podría parecer una denuncia trágica sobre la descomposición burocrática y la corrupción, dentro de su lúgubre atmósfera Mungui opta por alejarse de sus preocupaciones iniciales para dejarnos vislumbrar un poco de esperanza, la misma que él parece sentir. 

La vía para lograrlo es a través del célebre histrión rumano Adrian Titieni, convertido en el doctor Romeo Aldea, un profesionista respetado y padre autoconsagrado –aunque en realidad es un individuo corrosivo camuflado de progenitor preocupado– al futuro de su hija; ella consiguió una beca para realizar sus estudios universitarios en Inglaterra y para afianzarla debe tener resultados sobresalientes en sus exámenes finales. Sin embargo, el día antes de realizar uno de estos, la chica es asaltada, violentada y su capacidad para realizar las pruebas se ve comprometida. Con su futuro en el exterior en juego, su padre intercambia favores y apela a conocidos para impedir que Eliza pierda la oportunidad de “escapar” de un país con poco para ofrecerle. 

A través del actuar del médico, Mungiu desentraña la corrosión burocrática de su país para criticar una herencia que parece imposible sacudirse, pero da un paso más allá para establecer claramente un discurso maquiavélico en torno a que el fin justifica los medios usando diálogos contundentes como: «Todo el mundo hace trampa en su examen final», «Algunas veces el resultado es lo único que importa», que corren a cargo de Romeo, y a su vez contrapone el precio de la honestidad, uno que muchos sencillamente no están dispuestos a pagar.  

El que presenta el realizador es un cine dosificado que en su afán de realismo deja abiertas algunas interrogantes, pequeños “misterios” que nos recuerdan que en la vida no siempre descubrimos todas las respuestas a los males que nos aquejan. El que nos obsequia es un cine cercano al del austriaco Michael Haneke en puntos estilísticos y temáticos. Las semejanzas se cristalizan particularmente si se piensa en El listón blanco, cinta donde Maria Dragus, que aquí interpreta a Eliza, encarnaba a Klara, la hija de un sacerdote. En estas películas ambos directores realizan un estudio sobre males que germinaron en sus respectivas naciones: Haneke lo hace en retrospectiva, al hablar con mano férrea sobre cómo se sembraron las semillas del nazismo en los niños germanos; Mungiu, en cambio, se centra en las secuelas de los vicios establecidos y cuestiona si pueden erradicarse o no.   

Mostrando maestría en su arte, hace una película que rehúye de las explicaciones innecesarias y convierte un momento tradicionalmente alegre, como una graduación, en un tema opresivo y a la vez esperanzador, por paradójico que pueda parecer, es ahí donde radica la profundidad de este estudio sobre la historia inmediata de su país. Entre las preocupaciones que plasma el ganador como Mejor director en Cannes con este título, se encuentra la flacidez ética del docente –él mismo en algún momento practicó esta profesión– pero también se atreve a plantear la idea de que la vida fuera de Rumanía es mejor, tal como hizo en Occidente, su ópera prima. Mediante estos personajes el cineasta no tiene miedo a escribir una “carta de amor” crítica para lo cual convierte a Eliza en un símbolo, ella representa a la nueva generación de jóvenes que debe decidir si se inserta en la podredumbre del status-quo o paga el precio de hacer lo correcto. ¿Sacrificio o salida fácil?, ésa es la cuestión.

autor No soy la Madre de los Dragones, pero sí de @Enlabutaca; desde ahí y en Cine PREMIERE estoy en contacto con las buenas historias. Melómana, seriéfila, cinéfila, profesora universitaria, y amante de las bellas artes. Algún día escribiré una novela de ciencia ficción. ¡Unagui!
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