180 grados
Más que un filme convencional, el director Fernando Kalife trae una declaración de esperanza con varios relatos de historias cruzadas.
Más que un filme convencional, con introducción, nudo y desenlace, la nueva propuesta cinematográfica de Fernando Kalife (7 Días) es una declaración. Desde que se presentó durante el Mundial de Fútbol en 2010, su mensaje inspirador se ganó el apoyo de las fundaciones de Kofi Annan, exsecretario general de la ONU, y de Nelson Mandela, Premio Nobel de la Paz. Su mirada esperanzadora, sin llegar a ser “rosita”, se suma a los filmes mexicanos que últimamente optan por mostrar el lado luminoso de la vida cotidiana.
¿Es posible cambiar y retomar el espíritu ilusionado que teníamos de niños? Eso es lo que la película explora, mediante una suerte de historia coral, con distintos personajes de vidas entrelazadas. Por un lado se encuentra Salvador (Manuel García-Rulfo), un estafador que hace uso de su retórica para reinsertar a un futbolista estrella lastimado en un equipo importante de soccer y, de paso, ganar mucho dinero. Su vida de fraudes, que incluye deudas con personas non gratas y una apatía absoluta, da un giro inesperado cuando conoce mejor a este goleador y se atreve a creer.
La travesía interna de Salvador es acompañada por otras historias, que de repente se tocan entre sí, protagonizadas por actores como Dolores Heredia– a quien últimamente vemos en todos lados–, Marco Treviño, Iliana Fox, Rocío Verdejo, Rodrigo Cachero y Elizabeth Valdez. Una joven que se reencuentra con su padre, un millonario que vive un matrimonio falso para no perder su estatus, una mujer que abandona su hogar abusivo y le da otra oportunidad al amor; todas con un trasfondo ético y espiritual.
Sin embargo, en este tejido de historias se encuentra su debilidad, pues no logran cruzarse de forma relevante ni profunda. Hay muchos personajes que no se alcanza a desarrollar al mismo nivel. Las historias secundarias adquieren un papel efectivamente tan secundario que podrían no estar, aunque, extrañamente, eso no impide que de repente nos regalen instantes conmovedores, sueltos por ahí. De hecho, todo el filme se percibe más como una serie sucesiva de momentos– algunos muy bellos–, que como un relato que va in crescendo.
Aunque no es un filme moralino, tiene cierto aire de Caldo de pollo para el alma, pues enfoca todas sus energías en reflexionar sobre la fe y la esperanza. Incluso se mencionan partes de la Biblia, algo difícil de lograr sin que suene “persignado”. Sin embargo, si este mensaje falla en conmover al espectador, el filme corre el riesgo de ser olvidable e incluso algo insulso. Eso sí, tremendamente bien intencionado, con aspectos técnicos destacados, como el de la edición, a cargo de Joel t. Pashby (coordinador de posproducción de la laureada Crash).